Conociendo nuestro patrimonio El Río de Oro (I)

Del Río de Oro, el principal cauce de Melilla, son varios los autores que han escrito y lo han descrito en sus publicaciones:

Comenzaremos con el capítulo que dedica el cronista oficial de la ciudad, Antonio Bravo Nieto en su obra Cartografía histórica de Melilla:

“El contacto y la relación del hombre con la naturaleza a lo largo de los siglos permite que ciertos accidentes geográficos sean asimilados dentro de una lectura completamente histórica.

Este es el caso del río de Oro, no tanto por sus modestas proporciones como por el hecho de que su desembocadura, muy cercana a la ciudad de Melilla, nos permite encontrarlo reflejado en toda la cartografía local desde el siglo XVI.

El río de Oro, también denominado Uad Medduar (el de las curvas o meandros), tiene su origen en el macizo montañoso del Gurugú, recogiendo aguas procedentes de la meseta de Taxuda y del pico Taquigriat, con una cuenca de unos 85 kilómetros cuadrados.

Su reducido curso de veintiún kilómetros se dirige en principio hacia el norte, pero cambia bruscamente de dirección en las cercanía del zoco El Had tomando rumbo hacia el este; ya dentro de territorio melillense se le unen varios cursos: el afluente del Tigorfaten por la izquierda (recogiendo el agua de varias mesetas) y por la derecha los arroyos de Frajana y Sidi Guariach; es en este momento cuando su cauce se ensancha ostensiblemente formando una vega en su parte final.

Las referencias documentales en torno al río de Oro se inician en el siglo xv1. En un plano de 1564 su desembocadura aparecía representada como una ría que ocupaba una buena extensión de la vega de Melilla.

La visión del autor del dibujo pudo corresponder al estado natural de la desembocadura por entonces, pero también a un momento concreto correspondiente a alguna de sus frecuentes crecidas. Por lo que respecta a esta última posibilidad, podría sustentarse en varias referencias documentales que parecen indicar que, durante ciertos períodos, parte de su cauce estaría semi inundado permitiendo que los cárabas pudieran deslizarse por su lecho, como ocurrió en 1858.

Por lo que respecta a la zona de la desembocadura, Juan Andrea Doria escribía en 1576 a Felipe II que entre las murallas de Melilla y la boca del río (parte de la vega de la ciudad) se podían varar un gran número de bajeles guardados por la artillería y arcabucería de la ciudad, ya que «es tierra llana y deshaciendo dos o tres jardincillos que hay se puede varar toda una armada sin dificultad.

Por lo que respecta a su denominación, seguiremos en parte lo escrito por el historiador Gabriel de Morales: «Los documentos más próximos a la época de la conquista lo llaman sencillamente el Río o Río de Melilla y esta misma denominación emplean los libros parroquiales … ; sin embargo, en alguna ocasión se cita el río de la Olla, y como en la vega de Melilla no hay otro que merezca ese nombre, claro es que sólo a él es al que se puede hacer referencia [ … ] este nombre lo vemos usado por vez primera en una descripción de la plaza y del campo que en 1677 enviaba el alcaide D. José Frías a S.M.»

 

En 1692, Marcos de Ayala lo mencionaba sin embargo como río de la Plata, pero no hemos vuelto a encontrar este nombre en otros documentos. Juan Antonio de Estrada nos informaba en 1748 que era denominado río de Oro «por algunas pintas que suelen extraer las arenas con este precioso metal [ … ] y en su nacimiento sacan barro [ … ] para labrar ollas, cazuelas y otras maniobras que salen con las referidas pintas. Son muy estimadas en España por su hechura y duración».

La existencia y el reflejo histórico del río, se hacía presente en la documentación escrita y gráfica a través de noticias casi siempre negativas: menciones a sus crecidas, a los ataques situados junto a él y a las epidemias que sus aguas estancadas provocaban en la ciudad.

A pesar de la modestia de sus magnitudes geográficas, no debe olvidarse que este río tiene un carácter torrencial que lo ha convertido a lo largo de la historia de Melilla en un peligroso vecino. En 1644 el sacerdote Juan Bravo de Acuña describía una de estas avenidas:

«En las vísperas del Señor San Juan, a los 23 de junio del dicho año de 644, a la una de la modorra comenzó a llover, creciendo por instantes el agua como hasta las once del día, salió el Río que llaman la Olla hacia «Macujar» del fuerte de San Marcos y todo aquel pago de viñas y huertos y derribó las tapias, rompió bardos, taló árboles, enterró unas cepas y descubrió las raíces de otras, llevóse a la mar la mies que estaba por trillar junto a las palmas

de la vega … «.

Estas avenidas fueron frecuentes a lo largo de toda la historia de Melilla, repitiéndose cíclicamente y ocasionando múltiples problemas a la ciudad.

Otro de los peligros que de él se derivaba era las facilidades que su morfología presentaba para la construcción en su margen derecha de ataques y trincheras; éstas eran utilizadas por las guardias fronterizas para hostilizar continuamente a la ciudad y recibían la denominación de Ataques del Río y Ataque de Tarara. En este sentido, su cauce servía como especie de foso natural que favorecía a los que asediaban la ciudad, ya que ofrecía numerosas posibilidades de emboscada en la abundante y espesa vegetación de cañas de su vega.

En 1677 el gobernador J osé Frías afirmaba que’ el río de Oro era un paraje muy profundo, totalmente cubierto de cañas donde cualquiera podía emboscarse con facilidad. Esta imagen que asociaba el río a los ataques es la que se aprecia en un plano de 1697 donde ya se representaban diversas trincheras y macizos de tierra en su desembocadura

En este sentido, también encontramos referencias documentales sobre el trabajo habitual de acudir al río a cortar las cañas, tanto para impedir el crecimiento de estos muros de abrigo naturales para los posibles agresores a la ciudad, como para utilizarlas en la fabricación de las faginas y cestones de fortificación. En el siglo xrx, a esta tarea de cortar cañas en el río se la denominaba con el término cubano de «chapear».

Por último, la cercanía de sus aguas a la ciudad y los estancamientos insalubres que se producían en la desembocadura, propiciaron varias epidemias propagadas por los mosquitos.

Así, en mayo de 1754 se padeció en Melilla una epidemia de tercianas que fue achacada a las «emanaciones del agua del río», y en junio de 184 7 ocurría lo mismo con las fiebres palúdicas.

La percepción sobre el río de Oro no dejaba de contar con cierta carga negativa, como fenómeno natural que tampoco ayudaba a la buena defensa de la ciudad y que era dificilmente controlable por medios humanos .

Juan Antonio de Estrada al referirse a Melilla decía que «asimismo le incomoda un río, con las arenas que arroja en haviendo mucha lluvia … La boca del río esta como tiro de mosquete de la Plaza» .

Precisamente estas arenas que se iban depositando sobre la desembocadura, crecida tras crecida, fue colmatando una amplia zona de playas lindantes con las fortificaciones de la ciudad. Si en 1690 las aguas del mar batían las caras del baluarte de San José, a finales del XVIII en esta zona ya existía una playa denominada del Mantelete.

El crecimiento de la zona de playas junto al río, tuvo efectos muy negativos sobre las defensas de la ciudad ya que este flanco del Cuarto Recinto quedaba totalmente descubierto y era necesario por entonces construir nuevas obras de fortificación.

En los últimos años del siglo XVIII fue cuando empezaron a proyectarse algunas obras de ampliación de este recinto en la zona del río. En 1790, Gabriel de Vigo proyectaba un fuerte con batería entre la torre de Santa Bárbara y la playa para contener los fuegos de los ataques; en su plano ya señalaba una ostensible desviación del cauce del río con respecto a 1773, así como cierta variación de la orilla del mar.

Sin embargo la variación del cauce final había sido provocada por medios humanos; concretamente se produjo a través de los macizos de tierra de los ataques, que actuaban como diques, y de plantar artificialmente cañas que servían como muro de contención; por esta razón las aguas se iban desplazando lentamente hacia el margen izquierdo más cercano a las murallas de la ciudad.

El peligro era evidente ya que si los repelidos asedios a Melilla no habían conseguido nada mediante la guerra artillera, ni tampoco con la de minas, a partir de ahora parecía que se iniciaba otra estrategia: utilizar las crecidas del río de Oro para destruir las murallas del Cuarto Recinto.

Por esta razón, el río fue acercándose cada vez más a la ciudad, multiplicando con ello todos los inconvenientes que habíamos visto hasta el momento. En 1792 el ingeniero Joseph de Ampudia y Valdés volvía a proyectar un fuerte en la misma zona con el fin de controlar los ataques, cada vez más numerosos, y a la vez «fijar» el frente de avance del río, y con ello la base de los ataques situados en su margen derecha. Así Ampudia escribía en la explicación del proyecto la justificación de éste, «con el objeto de desalojar los enemigos que se hallan atrincherados en la margen opuesta y continuamente intentando aproximarse

más y más a ella».

Ninguno de estos fuertes sería realizado, y el problema se fue acrecentando en los primeros años del siglo XIX. En 1804 la desembocadura pasaba ya junto a la torre de Santa Bárbara, en 1816 cerca de la puerta de San Jorge y después de la crecida de 1837 por la actual calle Duque de Almodóvar.

Los desbordamientos cada vez afectaban más a la ciudad,y se repitieron cíclicamente en febrero de 1816, febrero de 1822, abril 1840 {destruyendo el espigón de San Jorge), febrero de 1846 (llevándose un torreón del espigón de San Jorge con un cañón), etc.

El ingeniero José Herrera García tuvo que realizar en 1834 un proyecto para consolidar la contraescarpa del foso de la torre de Santa Bárbara, ya que las avenidas amenazaban llevárselo. El plano de Herrera es realmente interesante ya que señalaba no sólo el movimiento continuo del cauce hacia la izquierda, sino sus niveles de agua. En los perfiles marcaba con las letras 0 -N (azul) el caudal del río normalmente y con N-P (celeste) el nivel de las crecidas, aportando un dato realmente novedoso en la cartografía hasta el momento.

Mientras tanto, las fuerzas sitiadoras no perdían ninguna de las posibilidades que la naturaleza les ofrecía y en 1840 trataron de inundar el {oso de Santa Bárbara construyendo un canalillo desde el río, y en 1853 optaban sin embargo por realizar un dique en su boca para que la crecida inundara las fortificaciones españolas. El estado de la desembocadura era realmente grave y la situación exigía acometer un proyecto ampliamente anhelado desde Melilla: la desviación del río de Oro.

José Herrera ya había propuesto esta idea en 1834, pero los proyectos se iniciarán en serio a partir del establecimiento de los límites en 1862. Desde entonces la ciudad recuperaba ese territorio de seguridad que la había caracterizado durante siglos, y los ataques y trincheras fueron destruidos, desapareciendo definitivamente de su ámbito.

El fin de la Melilla replegada, daba paso al inicio de la ciudad abierta que exigía acabar con este viejo problema.

En un plano del ingeniero Francisco Roldán y Vizcayno, donde dibujaba todo el campo exterior de Melilla, ya se señalaba el lugar por donde debía pasar el nuevo cauce: entre el cerro de San Lorenzo y el del Tesorillo . Lo más interesante de este plano es que por vez primera se trazaba la red hidrográfica de Melilla al completo, con el. cauce principal del río de Oro y sus afluentes, por la izquierda el arroyo de Tigorfaten y las barrancadas de los montes de Cabrerizas, y a la derecha los arroyos de Frajana y Sidi Guariach.

Diversas ramblas y arroyos quedaban sin cauce definido, algunos vertían directamente sobre la vega de Melilla y los situados a la derecha del río desaguaban en la playa de los Cárabos. El control geográfico sobre el campo melillense aparece claramente reflejado en este mapa, concretamente el conocimiento de todas las corrientes de agua de la zona melillense ante la necesidad de construir la línea de fuertes exteriores que defendieran los límites acordados en 1862.

El estudio de las obras de desviación de la parte final del cauce y desembocadura del río de Oro fue encargado al ingeniero Francisco Arajol y de Solá, que en 1863 ejecutaría el anteproyecto.

En la memoria justificaba las obras pensando que el desvío permitiría en primer lugar la eliminación del peligro de enfermedades debidas al estancamiento, y con el cauce nuevo también se alejaban las devastadoras crecidas que destruían las fortificaciones de Melilla, evitando asimismo que el puerto se cegara. El río era desviado9 desde el lugar exacto donde daba una pronunciada curva que le hacía tomar la dirección este (actual puente de Camellos), y se elegía un nuevo cauce que era necesario excavar, situado a las espaldas del cerro de San Lorenzo y el (actualmente desaparecido) cerro del Tesorillo.

El proyecto fue estudiado minuciosamente por Arajol, detallando todas las excavaciones necesarias, así como el tipo de taludes revestidos de piedra que servirían para la contención de las aguas en el cauce nuevo; pero aún se tuvieron que esperar

unos años para el inicio de las obras definitivas.

El 22 de diciembre de 1871 comenzaron por fin las obras, y el siete de marzo de 1872 las aguas corrieron por el nuevo lecho de 650 metros de longitud construido en 73 días y que tenía una anchura de dieciséis metros (la mitad de la proyectada por Arajol) y un desnivel de 2,30 metros; las obras costaron 45.000 pesetas.

Sin embargo estos trabajos no fueron totalmente definitivos, ya que en 1885 se redactaba otro proyecto de obras en el río de Oro para impedir las inundaciones, ya que el año anterior había acaecido una bastante grave que anegó las barracas del Mantelete, provocando tres muertos. Lo cierto es que durante las crecidas del río las aguas volvían a tomar el rumbo que habían tenido siempre, con lo cual el problema de las inundaciones se repetía como en el pasado.

Las obras tampoco hubieron de ser totalmente definitivas porque seguimos documentando desbordamientos que afectaron a las zonas por donde discurría el cauce antiguo en noviembre de 1886, junio de 1899 (se inundaron los huertos y el Mantelete, siendo preciso evacuar la zona, arrastrando también los puentes de madera de San Lorenzo y Camellos).

La sufrida el 28 de septiembre de 1906 tuvo un carácter desastroso, la avenida se llevó los puentes de madera y causó grandes desperfectos en la zona de Santa Bárbara donde las aguas alcanzaron un metro de altura y fue necesario romper algunos sectores del Muro X para que salieran del recinto.

En ese día cayeron treinta milímetros en noventa minutos, por lo que se ha

calculado que el río pudo desaguar cien metros cúbicos por segundo.

El 23 de enero de 1909 se produjo otra inundación en el parque Hernández, explanada y calle de Santa Bárbara, por lo que hubo que volver a derribar parte del Muro X.

El 12 de octubre de 1912 se volvió a inundar el llano y el Mantelete, perdiéndose otro puente, etc.

Es evidente que a pesar de las obras, y teniendo en cuenta que la anchura del río era la mitad de la calculada por el ingeniero que redactó el proyecto inicial, las aguas del río tuvieron la tendencia a seguir su cauce natural, el que las llevaba por el terreno actualmente comprendido por la calle Duquesa de la Victoria, el parque Hernández para desembocar por la plaza de España, junto a las murallas del Cuarto Recinto de la ciudad.

Los ingenieros, tanto civiles como militares, de principios del siglo xx ya planificaron algunas soluciones para mejorar su cauce: construcción de avenidas arboladas, canalización del agua del cauce, e incluso (de forma premonitoria) hubo quien planteó cubrir el cauce formando en la parte superior una avenida.

El río de Oro es todavía uno de los elementos que define la realidad de la ciudad, y está presente en todas sus representaciones geográficas, y mostrándose actualmente de continua actualidad.

Continuará…

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