Conociendo nuestro patrimonio Crucificado del Sagrado Corazón (siglo XVI)

Bajo la imagen del Sagrado Corazón de Jesús en la iglesia del mismo nombre, se encuentra un crucificado que seguramente pase desapercibido para muchos.

Es esta una de las tallas más antiguas de las que existen a día de hoy en la ciudad. Gracias a lo publicado por Sergio Ramírez González en su obra El Triunfo de la Melilla Barroca, podemos conocer algunos datos sobre esta imagen.

“De entre las grandes novedades que presenta esta investigación se encuentra una pieza escultórica local, a pesar del valor histórico- artístico que detenta en función de su antigüedad y la elevada calidad demostrada conforme a modelos de definida precisión.

Nos estamos refiriendo al Crucificado que preside la capilla mayor de la iglesia del Sagrado Corazón, sito junto a la hornacina con la imagen seriada del titular del templo. Poco sabemos sobre su procedencia y razones del traslado hasta esta céntrica parroquia, pudiéndose tratar de una pieza de acarreo proveniente bien del templo de la Purísima Concepción de Melilla bien de un edificio religioso del exterior.

A este respecto, se abre la posibilidad de que pueda coincidir con aquel Crucificado que, según distintas fuentes, se hallaba en salón parroquial de la “ iglesia del Pueblo “ hasta la década de los setenta del pasado siglo XX. Con todo, la falta de datos concretos obliga a dejar abiertas y no descartar otras posibilidades.

Lejos de continuar especulando con las circunstancias y condiciones que debieron envolver su hechura, interesa acometer la apuesta en valor de una obra que, fechable hacia 1540- 1560, se halla actualmente en Melilla y que Melilla tiene que procurar de proteger por todos los medios.

Principalmente porque el estado de conservación que presenta es bastante deficiente y el desconocimiento que se tiene de ella no ayuda en absoluto a buscar una solución óptima para que perdure en el tiempo.

Suciedad, repintes varios, lagunas de material y problemas de ensamble conforman la realidad de una escultura que ganaría muchos enteros con una adecuada intervención restauradora.

Lo realmente importante es que, por encima de su impronta un tanto más naturalista que la del Cristo de la Vera Cruz, se trata de una obra impregnada todavía de la huellas del gótico más retardatario según se desprende de la aspereza del torso, la angulosidad de los pliegues del sudario y, en general, el desinterés por definir los pormenores anatómicos que quedan reducidos al mas mínimo efecto.

Lo que se traduce, a su vez, en una avanzada blandura de los volúmenes y una preeminencia de las redondeces y los perfiles sinuosos, en pos de suavizar la cortante y estricta resolución de algunas, de sus partes.

Dichos rasgos definen el fuerte contraste existente entre el tratamiento conferido a la mitad inferior y superior del cuerpo, con el paño de pureza como motivo de transición sujeto a líneas un tanto más naturalistas y movidas, auspiciadas por el intento de hacer volar los paños.

Aun más, la colocación del sudario aboga estilizar el canon corporal mediante una amplia abertura izquierda, en virtud de la cual se deja ver el muslo de la pierna, pelvis y abdomen en su continuidad, en lo que es un avance de soluciones indudablemente manieristas.

De tamaño inferior al natural y sujeto a la cruz por tres clavos, la morfología anatómica de la pieza viene definida por la laxitud muscular que impone su representación momentos después de la expiración, como bien indica la moderada caída de la cabeza en connivencia con los ojos de pupilas dilatadas, los párpados entreabiertos y la flaccidez de la boca.

Es el rostro, justamente, la parte de la escultura mas cuidada y con mayores connotaciones estilísticas de tiempos pasados. La redondez del bloque craneal, al que se adapta una cabellera de mechones amplios y rígidamente ondulados, difiere del canon alargado que luce el rostro, con facciones duras y muy marcadas en provocadas por la derrota, el cansancio y sufrimiento.

En cuanto al forzado despliegue de los brazos sobre la cruz podría comprenderse si hubieran sido articulados desde los hombros de cara a completar el ritual barroco de la Depositio, asunto que no puede ser descartado a tenor de la medalla y deterioro que exteriorizan los ensambles.

Y avanzamos con anterioridad que, en contra de lo que ocurre con el Cristo de la Vera Cruz, el Crucificado del Sagrado Corazón relega a un segundo plano el estudio óseo del cuerpo a favor de una musculatura plana solo alterada en la zona del tórax al dejar intuir la traza del esternón.

Por lo demás, la suciedad y los repintes impiden efectuar un análisis adecuado de la policromía de la pieza al tiempo que desvirtúan la labor de la talla y los canales expresivos en zonas tan destacadas como el rostro.

Con todo, y a pesar de la limitaciones que encontramos a este respecto, puede apuntarse que su envoltura pictórica responde a un proceso de repolicromado acometido con casi toda probabilidad en la segunda mitad del siglo XVII o la primera del XVIII, bajo unas señas de identidad donde se prioriza la escasez de rostros de sangre y la concatenación de extensos hematomas en las piernas propios de la Flagelación.

La austeridad compositiva de la escultura encuentra su oportuno refrendo en la cruz de sección rectangular, provista de una tablilla con el Titulus de forma y caracteres muy afines a los patrones del Quinientos.

[Bibliografía: Sergio Ramírez González. El Triunfo de la Melilla Barroca. Arquitectura y Arte. Fundación Gaselec. 2013]

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