Conociendo nuestra historia Carlos Ramírez de Arellano, gobernador de Melilla

Cuando visitamos los recintos fortificados de la Vieja Melilla, al pasar por plaza de Armas, podemos observar un monumento en piedra formado por una columna truncada erigida sobre un pedestal en el que se puede leer la siguiente inscripción:

«EN ESTE LUGAR ESTUVO SITUADA LA ERMITA DE NUESTRA SRA. DE LA VICTORIA Y EN ELLA RECIBIÓ SEPULTURA EL INFORTUNADO Y VALEROSO ALCAIDE DON CARLOS RAMÍREZ DE ARELLANO MUERTO EL 18 DE JULIO DE 1646, VÍCTIMA DE SU TEMERARIO VALOR».

Con ello se recuerda un hecho de armas ocurrido en el siglo XVII que tuvo como protagonista principal al entonces alcaide de la Plaza, Carlos Ramírez Arellano.

Los tres primeros cronistas oficiales de la ciudad en sendas obras hacen alusión, en mayor o menor escala a lo ocurrido a este alcaide.

Gabriel de Morales y Mendigutia en su libro Efemérides de la Historia de Melilla (1497-1913) nos dice que:

“En el desgraciado combate de este día murieron además de D. Carlos Ramírez de Arellano, el sargento Pedro López. Baltasar Notario, Diego Ledesma y su hijo, Juan de Castro, Juan Delgado, D. Francisco de Pisa, Juan Bautista, cabo de escuadra de Orán, Sebastián Ruiz, cabo de San Marcos, Pedro de Vico, adalid, Juan de Medina, Lope de Flomista, alférez de infantería, Miguel Ramos, Sebastián Hurtado, Blas López, Juan López Ciempozuelos, Felipe Terrones, Juan de Quintana, Bartolomé Brasa, Pedro Blanco, Pedro Pablos, Rafael Calderón, Gaspar Ordóñez, Francisco Cárdenas, Luis Pérez, José Valenciano y Francisco Guerrero: los tres primeros se recogieron y enterraron en la ermita de la Victoria”.

Rafael Fernández de Castro el que fuera segundo cronista oficial de la ciudad en El Telegrama del Rif de 20 de octubre de 1949 publicaba un artículo dedicado a este personaje:

“Liga con el paseo central de nuestro hermoso Parque Hernández, una amplia y soleada calle que los melillenses conocen bajo el nombre de “Carlos de Arellano”, vía pública que evoca el recuerdo del Magnífico Señor Don Carlos Ramírez de Arellano, Caballero del Hábito de Santiago, perteneciente a la ilustre familia de los Condes de Aguilar, que siendo Sargento Mayor de la Plaza fuerte de Orán en 1646 vino interinamente como Alcaide y Gobernador de Melilla durante la forzada ausencia del Alcaide propietario Don Gabriel de Peñalosa, llamado a Málaga mientras duraba la visita oficial del Comendador Rejón de Silva, inspecciones éstas que de tiempo en tiempo ordenaba hacer el Rey a las plazas presidiales, o fronteras con tierra enemiga, a fin de comprobar el estado de defensa de las mismas, y la situación de sus guarniciones y vecindario, inquiriendo además si era o no cumplidas con exactitud las órdenes instrucciones del Consejo Real, vigentes en cada una de las dichas Plazas.

Ejercía en el año de 1646 el cargo de Capitán de Caballos en Melilla, un aguerrido mozo llamado Don Diego de Arce, que más tarde, en el correr de los años, llegó a desempeñar la Alcaidía de esta Plaza, joven de animoso temple a quien era necesario sujetar, dada la acometividad de que a diario, daba pruebas, realizando atrevidas incursiones al campo fronterizo, alejándose más de lo que fuera prudente del amparo de los fuertes avanzados de la Plaza, que no llegaban por entonces ni al linde oriental de lo que hoy es Parque forestal Lobera.

A las cuatro de la tarde del día 18 de julio de aquel año, salió Arce con su escolta como de costumbre, dirigiéndose al fuerte de la Albarrada- que se supone situado hacia donde hoy cae la primera manzana de casas de las calle Ejército Español, sobre el viejo cauce del río Oro, y sentando allí sus armas dejaron pastar al ganado, dedicándose los hortelanos a sus labores en los huertos del Mantelete, mientras los esclavos cargaban agua de aquellos pozos.

Llevarían como tres cuartos de hora en estas faenas, cuando los atajadores dieron aviso de que saltaban de sorpresa a campo libre unos catorce caballos enemigos.

Tocado a rebato, pronto salieron del recinto murado los pocos caballos que teníamos en la Plaza y la infantería de retén, lo que visto por los moros simularos emprender la retirada, haciéndolo maliciosamente hacia la Celada alta, donde se hallaban escondidos entre los cañaverales del río la Rambla del Agua (Cañada del Cementerio) unos 300 caballos y dos mil peones “como después pareció, visto lo que hicieron en nuestro daño”.

Alarmado por la grita, vistióse apresuradamente el Gobernador interino, Don Carlos Ramírez de Arellano, llegando hasta él un escudero de los de Arce anunciando que el rebato era sólo por doce caballos, y que por tanto no tenía que salir ni inquietarse, ya que no era de temer se llevasen nada.

Irritóse por ello Don Carlos, ordenando callase, pidiendo a toda prisa un coleto y sus armas, mas como el escudero insistiera en que no tenía por qué salir, montó en cólera, llamándolo “majadero”, diciendo sabía demás lo que debiera hacer, y que en tales casos no admitía consejo de nadie…

Y montando el caballo de aquel mismo escudero para ganar tiempo, salió con la gente disponible en Melilla: más la del Bergantín del Peñón, que cargaba sal para aquella isla; en junto- dice el Vicario de entonces, Bravo de Acuña- irían “como 140 hombres, poco más”…

Llegado al Fuerte de San Marcos, donde el Capitán Arce había mandado hacer alto, ordenó saliesen de cada fuerte dos o tres hombres, y con todos ellos partió de la albarrada hasta descubrir la Palmilla, el Algarrobillo y la Celada Alta, momento en que el de Arce aconsejó al Gobernador no pasaran de allí, pues que los jinetes enemigos, habían escapado sin causar daños.

Excitados los soldados que a todo trance querían perseguir al enemigo aclamaron el recuerdo del bravísimo Conde de Casa-Palma que gobernando Melilla desde 1625 a 1632, cosa que avivó el temerario valor de Don Carlos Ramírez de Arellano, que, picado, de ello, quiso demostrar su acometividad y bravura, ordenando avanzar hasta el “Umbreño”.

En este momento, dos mangas de caballos enemigos, salidas de la Celada Alta, cortaron la retirada de nuestros infantes, que no lograban contener a la morisma, y tomando ésta por suya la ocasión, dieron contra los soldados más avanzados, llevándose 29 de Melilla, entre los que se contaban dos Cabos de escuadra, y dos marineros del Peñón, mientras espada en mano se hacían matar heroicamente, alrededor del bravo Don Carlos Ramírez de Arellano, el Alférez de la Infantería Española Don Lope de Flomista, el Sargento Pedro López, dos adalides y cuarenta y cuatro soldados.

El Vicario de Melilla, Padre [Juan] Bravo de Acuña, escribe al dar cuenta de este doloroso suceso: “Lleváronse la cabeza del Alcaide y las manos de otros cinco o seis”, logrando solo retirarse, por resultar cortado de la fuerza de vanguardia, el valeroso Diego de Arce, que poco tiempo después, en acto de osadía y heroísmo, tomó cruel desquite de este gravísimo hecho de armas…

El cuerpo descabezado del heroico e infortunado Ramírez de Arellano, recibió sagrada sepultura en la Ermita de Nuestra Señora de la Victoria, que estaba extramuros de la Ciudad en la Villa vieja, haciéndosele oficio de tres nocturnos (maitines), con tres misas cantadas de cuerpo presente.

Así terminó el valeroso Alcaide Don Carlos Ramírez de Arellano, cuyo invencible corazón supo cumplir la sagrada promesa de dar, al frente de sus soldados, la vida por la Fe y por su Rey, mostrándose digno descendiente del famoso Conde de Aguilar, y del insigne Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán…”

Francisco Mir Berlanga recoge el testigo de Fernández de Castro como cronista oficial de la ciudad. En El Telegrama del Rif dedica al menos dos artículos a tan luctuoso hecho. El 1 de abril de 1952 escribe sobre este gobernador:

“En el año 1645 llegó a visitar Melilla de orden de S.M. el Rey, don Juan Rejón de Silva, Comendador de Villarrubia, de la Orden Militar de Calatrava.

Era costumbre de los monarcas, enviar periódicamente inspectores o visitadores reales, a las Plazas de Guerra, para vejar por el cumplimiento de las Reales Órdenes, previniendo o corrigiendo los posibles abusos de los Gobernadores, cuyas facultades en los presidios de este lado del Estrecho eran tan omnimodas, que justifican el refrán de la época: “Rey de Castilla o Alcalde en Berbería”..

Concentraban los Gobernadores en su mano, todos los poderes civiles y militares, siendo al propio tiempo que Gobernadores, Alcaides y Justicias de las Plazas de su mando, con amplia jurisdicción sobre las tropas y población civil.

Durante la visita de esos inspectores reales, se ausentaban los gobernadores, mientras duraba su juicio de residencia, regresando de nuevo a su destino, caso de serles favorable la inspección.

Gobernaba en aquella sazón la Plaza y Fuerzas de Melilla Don Gabriel de Peñalosa y Estrada, que ejerció dicho cargo en propiedad desde el año 1637 al 1648, si bien, a la llegada del visitador real, se ausentó de la Plaza de su mando, según era costumbre.

Don Juan Rejón de Silva celó el cumplimiento de las órdenes y reglamentos “excusando muchos abusos que había contra lo militar”, disponiendo la reparación de algunas de las defensas de la plaza, que se encontraban en mal estado y prohibió con orden muy apretada” que no se aventurase la gente de guerra en las presas y jornadas que la codicia intenta por no haber caballería y faltar mucha infantería de la dotación.

Terminaba su visita, y dictadas las prevenciones que creyó oportunas para el buen régimen y gobierno de Melilla, regresó Don Juan Rejón a España a dar cuenta del resultado de su inspección.

Al marchar el Comendador de Villarrubia y en ausencia del Gobernador propietario, quedó interinando el mando de la Plaza don Carlos Ramírez de Arellano, Caballero del Hábito de Santiago, que murió a manos del enemigo, víctima de su temeario valor el 18 de julio de 1646…”

Al año siguiente en la edición del 18 de julio y con el título de El heroico fin de don Carlos Ramírez de Arellano aparece el artículo siguiente:

“A mediados del siglo XVII, la ciudad de Melilla, empieza a vivir, una de las épocas más difíciles de su azarosa existencia, sometida a los incesantes ataques de los fronterizos, que obligan a sus heroicos defensores a manifestarse en continua alerta.

Los escasos soldados que componen la Guarnición, eficazmente auxiliados por los “desterrados” agregados al servicio de las armas, hacen frecuentes salidas al campo enemigo, para despejar los alrededores de la plaza, destruyendo los “ataques”-trincheras de piedra y cal- desde donde los fronterizos, hostilizan continuamente la ciudad, amparados en aquellas defensas.

Los Gobernadores en persona, dan ejemplo de valor y abnegación, tomando parte en esas “salidas” en las que varios de ellos hallaron la muerte, combatiendo como buenos soldados.

En la que tuvo lugar el 18 de Julio de 1646, don Carlos Ramírez de Arellano, Caballero del Hábito de Santiago y Gobernador interino de la plaza, por ausencia del titular, perecía también a manos del enemigo, víctima de su temerario valor.

Era Don Carlos hijo de Don Felipe Ramírez de Arellano, Conde de Aguilar y Señor de los Cameros, Gobernador que fue de Orán desde 1608 a 1616. Y en dicha ciudad debió pasar su juventud el futuro Gobernador de Melilla.

En 1633 era ya Capitán y Sargento Mayor de la Plaza y con los citados empleos aparece en un bando dictado por el entonces Gobernador de Orán, el Marqués de Flores Dávila, en el que se declara la guerra a “unos alárabes vecinos”.

Abrazó joven, siguiendo la tradición familiar, la carrera de las armas, distinguiéndose siempre por su extraordinario arrojo, en las numerosas algaradas, que la plaza de Orán efectuó sobre los territorios insumisos, por lo que llegó a Melilla, precedido de justa fama de soldado valeroso, como acreditó el día de su muerte, ocurrida en una emboscada de los fronterizos”.

A continuación sigue el relato del vicario eclesiástico de entonces don Juan Bravo de Acuña, anteriormente expuesto.

También en su obra Melilla la desconocida .Historia de una ciudad española, en uno de los capítulos relata la trágica historia del alcaide Carlos Ramírez de Arellano.

A lo anteriormente expuesto añade:

“Don Gil Navarrete, primo de Don Carlos, que se encontraba accidentalmente en Melilla, se hizo cargo de la Alcaldía, pidiendo a Málaga los urgentes auxilios, que requería la grave situación de la Plaza.

El Rey, desde Zaragoza, [hace referencia a Felipe IV], con fecha 10 de Agosto de 1646 envió una carta a la Ciudad de Málaga, dándole las gracias por el Socorro prestado a Melilla.

Su sucesor, Don Luis de Sotomayor, ocupó poco tiempo el cargo porque después de realizar varias salidas afortunadas al campo enemigo, cayó en una emboscada, siendo muerto con veinticinco de sus hombres el 6 de Mayo de 1649. Era el segundo Alcalde que moría en defensa de la Plaza”.

Estos fueron los hechos ocurridos en aquella luctuosa jornada de julio de 1646. A día de hoy la figuras de ambos alcaides, Carlos Ramírez de Arellano y Luis de Sotomayor se mantienen vivas en el recuerdo gracias a las dos calles que ostentan los nombres de ambos.

[Bibliografía: Gabriel de Morales. Efemérides de la Historia de Melilla (1497-1913). UNED Melilla. 1996]

Francisco Mir Berlanga. Melilla la desconocida. Historia de una ciudad española.1990]

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