CONOCIENDO NUESTRA HISTORIA JOSÉ TALLAVÍ EL GRAN ACTOR MELILLENSE (III)

La última temporada en Madrid (1915-1916)

Nada más llegar Tallaví a Madrid, con la perspectiva de debutar el 1 de mayo en la Comedia se produce, la noche del 17 al 18 de abril, un incendio que devasta el teatro entero.

Al encontrarse sin teatro busca con premura uno que pueda acoger a sus actores en el menor tiempo posible y acuerda con el empresario de la Zarzuela su entrada en septiembre.

En julio publica la lista de la compañía con Ana Martos y María Gómez

de primeras actrices, y en la que destacan dos prometedores jóvenes: Irene López Heredia (1894-1962) y Rafael Bardem (1898-1972). Tambien anuncia la participación de Adriá Gual —sus afinidades son ya entonces evidentes— como director artístico para Hamlet, Otelo, El cardenal de Louis N. Parker (1852-1944) y sus obras habituales, aunque luego parece que su papel quedó restringido a asesor literario y traductor de algunas obras.

Pero el acuerdo con la Zarzuela se rompe ya que hay cambio de empresario en el coliseo y Tallaví se ve forzado, de nuevo, a improvisar y formaliza un acuerdo con otro teatro: el Infanta Isabel, que se encuentra en plenas reformas.

El anuncio del nuevo cambio de teatro no se hace esperar y el actor no duda en afirmar: «Tengo tantos deseos de trabajar en Madrid, que trabajaría en un tablado en medio de la calle» (Anónimo, 1916a, pág. 2). La compañía que anuncia es prácticamente la misma que hace meses, con la incorporación del primer actor Vilches, que se ocupará de las obras cómicas con un elenco de refuerzo, y el estreno se produce el 24 de septiembre.

Ya está en Madrid de nuevo. En una extensa entrevista para La Esfera,

el actor afirma que estudia de madrugada, «con el libro delante», y por la mañana ejercita la memoria. Reniega de la tendencia de muchos histriones de estudiar actitudes y gestos ante el espejo, ya que «el gesto no lo puede jamás ver el actor, por muy bueno que sea el espejo…, tiene que sentirlo, estar en situación; en una palabra, ser el personaje que representa…

Yo jamás he estudiado del natural, sino dentro de mí mismo… (…) Yo creo que en arte todo está en nosotros mismos; no tenemos más que buscar el yo» (El caballero audaz, 1915, pág. 29).

El debut se realiza con Otelo, con María Gámez como Desdémona y

Aguilar como Yago. Y el resultado, como corresponde a un título señero del bardo inglés, genera cierta polémica.

Mori entiende que «la emoción, admirablemente fingida, y muchas veces intensamente sentida, corta las palabras a nuestro artista. Parece que su garganta se anuda, que las frases pierden su vigor; una palabra para cada suspiro, un grito para cada latido; llega a perder incluso, en determinados momentos, hasta la totalidad de la dicción en largos e interesantes pasajes; pero en el fondo de todo eso alienta la gran verdad de la dramática moderna.» (Mori, 1915, pág. 2)…

Inesperada muerte de un actor (1916)

Sale de gira de nuevo y representa en el teatro Zorrilla de Valladolid.

Después en Zamora cae enfermo, lo que obliga a su traslado inmediato a la capital. Las noticias de su gravedad se extienden por los mentideros y la prensa, que queda pendiente de la salud del actor hasta que sorprendentemente fallece el 20 de febrero de 1916 y es enterrado el 21.

No llegó a cumplir los 40 años. La enfermedad que padecía solo la conocían sus más allegados. Su círculo más cercano comenta entonces el calvario por el que el actor pasó desde que aparecieron sus primeros síntomas de malestar hasta que el mal se agravó y prácticamente solo bebía agua. Se habla también de un desmayo durante una función y de que fue, tras una operación quirúrgica, cuando se conoció que padecía un cáncer de estómago; aunque el actor nunca pensó que llegaría su fin, y tenía planes para después de su restablecimiento.

Se organizan homenajes por todo el territorio nacional y en diversos

países de América como Chile o Argentina. Su repentina y temprana muerte aproxima su figura al mito de manera inevitable.

Para algunos aprensivos el actor interpretó la enfermedad y la muerte de sus personajes tantas veces que su salud se resentía en consecuencia y de algún modo la fatalidad del cómico no parece ser casual. Comienzan a aparecer en prensa diversos artículos sobre su persona escritos por compañeros y amigos como José María Carretero El caballero audaz que, tras llorar y glosar su figura, narra sus últimos días y habla de los presentimientos

sobre su muerte que tuvo y de cómo el actor encaró su final (Carretero,

1916, pág. 12).

Antonio Zozaya emplea un tono desbordado por la emoción y establece similitudes entre algunos de sus personajes habituales y el cómico a las puertas de su destino fatal, y relata una escena en la que el actor, ya demacrado, se miró al espejo y exclamó: «¡Pobre Yorick!», y añade que Tallaví se moría «de la lucha ineficaz y estéril, del combate de todos los días contra la indiferencia y la rivalidad» (Zozaya, 1916, pág. 1)…

Con el tiempo, el goteo de comentarios sobre el actor continúa agrandando su figura, y se pueden leer de manera habitual sentencias como la

de Antonio de Hoyos y Vicent: «Tallaví era un genio y genios hay pocos

por estos barrios; creo, a decir verdad, que ninguno» (Hoyos y Vinent, 1916, pág. 6).

También Jesús J. Gabaldón rememora su personalidad en el trato personal y confiesa:

Yo no he tenido en el teatro —aparte Zacconi— emociones tan intensas

como las experimentadas viendo trabajar a Tallaví. Los defectos de su dicción borrosa, truncada, los vencía el dramatismo cálido y penetrante de la voz, la monotonía de su declamación era dominada por la expresión del gesto, la estética de los ademanes, la riqueza detallista.

Ningún actor contemporáneo ha llorado como Tallaví; ninguno temblaba como él; ninguno sacrificaba a la realidad psicológica bellezas de diálogo y fáciles efectismos» (Gabaldón, 1917, pág. 7).

Durante las dos décadas siguientes su figura se consolida en el imaginario de la profesión. Se multiplican las anécdotas escénicas, las remembranzas —llenas de datos erróneos— o las fantasías sobre su vida.

Después la figura de Tallaví desapareció. Su recuerdo quedó restringido

a alguna alusión en las conversaciones entre los actores cuando se hablaba de intérpretes que habían marcado época, o a alguna cita en prensa cuando se mencionaban títulos como Hamlet, El cardenal, Otelo o Espectros y, poco a poco, se diluyó en el cauce del inmenso río de gentes que conforman el devenir de la profesión.

Y su nombre perduró años en la segunda mitad del siglo XX en iniciativas melillenses como la Agrupación Artística Tallaví que ha hecho teatro durante tres décadas en la ciudad, y en la última gran evocación del actor que realizó el dramaturgo José María Rodríguez Méndez al escribir una obra, por encargo de la ciudad de Melilla, titulada La gloria esquiva, que se estrenó con un reparto de lujo encabezado por Manuel Galiana y Emilio Gutiérrez Caba en 1997.

La muerte del actor en la prensa nacional

Gracias a las hemerotecas tenemos noticia de cómo recogió la prensa del momento la noticia de su muerte.

Notas Necrológicas

Tallaví

ABC de 21 de febrero de 1916

Tallaví, que supo de muchos dolores, de muchas ingratitudes y de muchas miserias, ha muerto cuando la vida, menos hostil y menos implacable, descubría a sus ojos risueños horizontes.

La energía de su temperamento, su fe ciega, segura en el triunfo, la convicción íntima que Tallaví tenía de llegar, se impusieron al fin, pero en el largo y doloroso camino, ¡cuántas inquietudes conturbaron su alma!

Tallaví, que fue por mucho tiempo discutido, tuvo que luchar con la indiferencia de los públicos, que, lejos de admirar a quien honraba el arte dramático español con el noble empeño de incorporar a su repertorio las obras maestras de la dramaturgia universal, entendía que era un atrevimiento y un vanidoso alarde.

Y como se le juzgaba así por entonces, lejos de sentir la placentera caricia del estímulo, veía derrumbarse todas sus ilusiones ante aquel mortificante desvío de las muchedumbres.

Y así, por unos años, en su errabunda vida farandulera siguió, hasta que, poco a poco, con la obstinación del que está cierto de vencer, lentamente, pero asegurándolo con firmeza, a pulso, obra por obra, fue llegando al corazón del público y adueñándose con la tiranía del talento de su voluntad y de sus simpatías.

Tallaví, en su última temporada del Español, breve, pero enaltecedora de su fama y recientemente en el Infanta Isabel, había consolidado su hombre, ya indiscutible como uno de los actores más preclaros de la escena española.

El teatro de Shakespeare, de Ibsen y de Sudemann tenía en el su más expresivo verbo.

Actor de enormes y complejas facultades, Tallaví vibraba en toda la lira, y desde las cumbres de la tragedia en la que esplendía el relampagueo genial de su arte, hasta la apacible comedia de cómicos tontos, de la que era natural e ingenuísimo intérprete, todos los géneros de la dramática le fueron familiares. Tallaví, que no era un actor de improvisación, sino de reflexivo y documentaod estudio, sentía un gran entusiasmo por su arte, que aquilataba en sus más nimios detalles, analizando y viviendo los personajes mucho antes de representarlos. Visitaba muy frecuentemente hospitales y casas de salud para observar de cerca los casos patológicos que había de reproducir después sobre el retablo; se asesoraba de los más afamados especialistas, leía y consultaba los mejores tratados, y esto le permitía dar a estos personajes ta a conciencia estudiados una enorme sensación de realidad, el escalofriante efecto que nos produce la última escena de Espectros, aquel grito desgarrador de Oswaldo.

El público en pie aclamaba con frenesí al gran actor, maravillado y Tallaví autosugestionándose para conseguir aquella desoladora incomprensión de verismo, expiraba tan intensamente sus nervios que más de una vez le ocasionó tan violenta crisis que fue precisa la intervención facultativa. Se entregaba, se rendía plenamente con todas sus fuerzas, con toda su sangre.

Momentos antes de sufrir la operación quirúrgica, cuando al agravación de su enfermedad hizo necesaria aquella intervención, pidió un espejo, y al contemplarse con las mejillas hundas, la faz demudada y lívida, exclamó, recordando las palabras de Hamlet en el cementerio: “¡Pobre York!”

“¡Quien sabe si en aquel momento llevado de la preocupación de su arte, en quien todo fue sinceridad, no trataba de retener en su memoria aquel gesto torturador para reproducirlo algún día sobre la escena.!

Porque Tallaví, que con admirable entereza ha soportado su enfermedad, no vislumbró hasta los últimos momentos, precedidos de una horrorosa agonía, que pudiera morirse.

Por el contrario, confiaba en que muy pronto estaría en condiciones de trasladarse a la sierra de Tolox, donde se repondría, y allá para Mayo pensaba reanudar su campaña, que había sido brillantísima, en Valladolid, Salamanca y Zamora, de donde pasaría al Noroeste y Norte de España, para terminar en San Sebastián.

Pero en Zamora, la última noche que trabajó, y de donde rápidamente hubo de trasladársele a Madrid porque ya llevaba varios días sin que en su estómago pudiera ingerir ni una gota de agua para que pudiera concluir la representación hubo necesidad de suministrarle dos inyecciones de cafeína.

Tallavi ha muerto en la plenitud de su triunfo y en el apogeo de su ida a los cuarenta años, De sus grandes éxitos, Hamlet, Espectros, El cardenal, Tierra baja, Magda, El abuelo y tantos otros, no podremos olvidarnos.

Con emoción, con el más profundo desconsuelo escribimos estas líneas, porque no sólo nos unía a Tallaví un sentimiento de admiración por su arte incomparable sino que también lloramos al amigo, al hombre bueno, sencillo, cordial, efusivo, al que placía más que todo vivir en la íntima confraternidad de unos pocos, pero leales camaradas. Tomás Borrás, Manolo Merino, Rafael Barón, no le han abandonado un momento, Ellos han sido sus buenos y solícitos enfermeros. Santa paz disfrute el eximio artista, con quien implacable se mostró la vida.

Al morir, tan gran vacío deja en la escena española como en nuestro corazón. El entierro, que será hoy, a las tres de la tarde, constituirá seguramente una expresiva manifestación de duelo.

Tallaví ha muerto

El Telegrama del Rif de 23 de febrero de 1916

Seguíamos con extraordinario afán el proceso de la enfermedad del gran actos, no sólo por tratarse de una gloria del arte dramático, cuanto por ser de Melilla.

Tallaví había nacido en nuestra Plaza en 1876. El telégrafo, que nos comunicara el viernes y sábado noticias alarmantes, ha silenciado su fallecimiento, acaecido en Madrid a las cinco de la tarde del domingo.

El lunes, cuando ya su cadáver había tomado tierra, se le dedicaba aquí un recuerdo, en el homenaje a Borrás, donde se hicieron votos fervientísimos por su restablecimiento. Un cáncer en el estómago le arrebata la vida a los 40 años, cuando después de titánica lucha, había conseguido que España y América le proclamaran como uno de nuestros primeros actores.

Como decimos, nació en Melilla, donde murió su padre de la misma enfermedad que lleva al sepulcro al gran actor. Entonces se trasladó a Málaga con su anciana madre, que no ha podido darle el adiós postrero por hallarse gravemente enferma. En la vecina capital, siendo casi un niño, debutó a los quince años en el café de Chinitas, no destacándose su figura hasta que fue a Madrid con Paco Fuentes.

Pronto cimentó su fama, recorriendo los principales teatros de España y de América en provechosa turné. En Melilla actuó en el teatro Reina Victoria ,y, no obstante ser melillense, no recibió Tallaví los honores y homenajes que otros colosos de nuestra escena.

Últimamente trabajó en el Infanta Isabel, de Madrid, y al separarse de Vilches, marchó a Valladolid y Zamora, ya muy enfermo, hasta el punto de recibir entre bastidores inyecciones de cafeína para calmar los dolores de la terrible dolencia.

Su carácter flexible, reuniendo todos los temperamento, desde el actor cómico y el galán joven, hasta el trágico eminente que hacía llorar al auditorio, que, trémulo, presenciaba la agonía de los personajes que encarnaba. “Los muertos”, “Los espectros” y “Otelo” tuvieron en Tallaví insuperable intérprete.

El teatro español sufre una gran pérdida con la desaparición de Tallaví, trabajador infatigable, cultivador de las obras selectas, desdeñando fáciles éxitos de contaduría, de ahí su predilección por las producciones de Ibsen, Shakespeare y otros no menos eminentes.

Melilla debería perpetuar su memoria dando el nombre de don José Tallaví a una de sus calles. El General Arraiz tan amante de las letras y del arte, lo propondrá seguramente en la primera sesión.

A la anciana madre del insigne actor y a su apenada familia enviamos la expresión de nuestro sentido pésame.”

Esta es a grandes rasgos la historia de tan insigne melillense que tantas horas de gloria dio al teatro español.

[Bibliografía: César Jiménez Segura. Revista Trápana (nº 3-4).Asociación de Estudios Melillenses. 1989-1990.

Eduardo Vasco San Miguel. José Tallaví: el actor de la sinceridad. Revista Acotaciones, nº 42. 2019]

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