El anhelo de una nueva iglesia surge en Melilla en los últimos años del siglo XIX cuando la población se va asentando fuera de las murallas y la Purísima Concepción quedaba un poco lejos para quienes se habían establecido en los barrios extramuros.
El 8 de diciembre de 1900 siendo vicario D. Eduardo Alvendín se colocó la primera piedra del nuevo templo en el Llano. En aquella fecha era coronel de Ingenieros y jefe de la Comandancia D. Ángel Rosell.
Indudablemente era necesario recaudar fondos, para ello se constituyó una Junta que se encargó de esta función.
Las obras no fueron al ritmo deseado debido a la situación por la que atravesaba la ciudad. No cabe duda que la intervención del Estado era vital para que esta iglesia siguiera erigiéndose.
En los primeros días de febrero de 1912 el Capitán General recibía una carta del Presidente del Consejo de Ministros en la que se comunicaba que el Ministerio de Gracia y Justicia había girado 30.000 pesetas a Melilla para la construcción del nuevo templo.
Algunos años debieron de transcurrir para que la construcción llegase a término. Aquel 19 de mayo de 1918 fue un día especial en Melilla. La ceremonia de consagración estuvo presidida por el entonces Obispo de Olimpo, hoy San Manuel González García. En el viaje le acompañaron un nutrido grupo de personas entre las que figuraban el Padre Tiburcio Arnáiz, beatificado en octubre de 2018 en la catedral de Málaga.
En la historia de esta iglesia se pueden destacar algunos nombres como el del vicario de Melilla Miguel Acosta; el arquitecto Enrique Nieto quien se hizo cargo de la dirección de las obras en julio de 1917. Francisca Peré, esposa de Cándido Lobera y Sofía Martín-Pinillos, mujer del general Aizpuru.
Como hemos podido apreciar las obras sufrieron diferentes interrupciones a lo largo de los años y en este tiempo la prensa local informó en diferentes ocasiones que estaba ocurriendo. El 14 de febrero de 1912 aparecía publicada la siguiente noticia:
“La Nueva Iglesia
Ya era hora de que se resolviese por el Gobierno cuestión de tanta importancia para Melilla, no solo bajo el punto de vista religioso, sino aún del social y político, como es el dotar a la población moderna de un templo, a donde puedan acudir con facilidad los creyentes, para rendir a Dios el homenaje de su fe.
Cuando sólo existían el Polígono y la Cañada, el celo de un párroco encontró eficaz ayuda en un prestigioso jefe del Ejército para subvenir a aquella necesidad, que desde entonces se ha hecho cada día más apremiante a medida que han ido poblándose los antiguos huertos.
Don Eduardo Alvendin y don Angel Rosell, Coronel de Ingenieros, jefe entonces de esta Comandancia, fueron los iniciadores de la nueva iglesia, y al su llamamiento respondieron todos los vecinos de la plaza, militares y paisanos, con la Junta de Arbitrios a la cabeza, ofreciéndoles recursos para la realización de tan pausible idea.
Las obras comenzaron, alcanzando la altura que en la actualidad ostentan; pero era empresa superior a las fuerzas del vecindario, y al fin los trabajos se suspendieron por falta de dinero.
Pasaron algunos años; la población seguía en aumento, y el ilustre general Marina hubo de exponer al Gobierno la necesidad de acabar la Iglesia en construcción; y en efecto, el ministro de Gracia y Justicia consignó en el proyecto de presupuestos la suma de 150.000 pesetas para este objeto; pero la Comisión que había de dictaminar en el Congreso tachó esta partida.
Tal era la situación cuando el pasado año vino a Melilla S.M. el Rey. El general Aldave aprovechó con gran acierto la ocasión para hablar al Presidente del Consejo de tan importante cuestión, y el señor Canalejas, penetrado de la justicia de la demanda le prometió atenderla, como la atendió efectivamente, dictando una R.O. al poco tiempo para que la Junta Diocesana del Obispado de Málaga formase el proyecto reglamentario.
Cumplido este requisito legal se necesitaba aun de una influencia poderosa que determinase en los centros oficiales la aprobación del proyecto y del decreto de subasta.
Esa influencia poderosa la encontró el Vicario señor Acosta, en la recomendación valiosa de nuestro Capitán General y en el eficaz concurso que le presentaron en Madrid con interés decidido el general Arizón, siempre diligente y fácil para cuanto significa engrandecimiento de la plaza, y el diputado a Cortes don Joaquin Llorens estimulado en toda ocasión por los nobilísimos sentimientos patrióticos y religiosos; ambos Señores acompañaron al Vicario Sr. Acosta en el Ministerio de Gracia y Justicia; por cierto que para ello tuvo el Sr. Llorens que abandonar la cama, donde se hallaba retenido por molesta indisposición.
Razonada que fue la petición por el elocuente diputado, el Subsecretario señor Montero Villegas les anunció que en breve plazo se darían 30.000 pesetas para empezar las obras: desde entonces el Sr. Llorens no ha cesado en sus requerimientos al Gobierno que al fin se ha publicado la R.O. de 5 del corriente que fue comunicada por el Jefe del Gobierno al general García Aldave.
En carta particular dice el Presidente del Consejo al Capitán General, que no le es posible girarle las 100.000 pesetas que le ofreciera durante su viaje, porque en el presupuesto solo se consignan 500.000 para reparación de templos.
Insinua la posibilidad de que el Ministerio de Estado facilite algunos recursos y termina manifestando, que con el envío de dicha suma queda establecido un precedente para los presupuestos sucesivos.
Digna es de aplauso la gestión de cuantos han intervenido en este asunto, y para todos debe guardar Melilla inmensa gratitud, desde el coronel Rosell, iniciador de la nueva Iglesia, hasta el señor Llorens que la ha puesto en vías de ejecución.
Estamos seguros de que la Iglesia se terminará en breve plazo, porque contamos para ello, al par que con el celo de nuestras autoridades, con la valiosa protección del eminente diputado.”
El nuevo templo
Prácticamente nada ha cambiado en el proyecto del arquitecto Fernando Guerrero Strachan.
Dividida en tres naves, la central se corona con torre rematada en pináculo bajo el que se albergan las campanas. Fundidas en Murua (Vitoria) fueron bautizadas con los nombres de Virgen de la Victoria y Sagrado Corazón y colocadas en su actual emplazamiento en el mismo año de la consagración.
Concebido como un gran Sagrario, siguiendo los preceptos de San Manuel González, destaca por la belleza de sus altares ubicados en las naves laterales, con rica decoración. Decir que en épocas pasadas contaba este templo con más retablos de los que existen actualmente
Preside el altar mayor la imagen del Sagrado Corazón y bajo ésta un Cristo Crucificado que data del siglo XVI. Desde mayo de 2016 se puede venerar también la imagen de Nuestra Señora de la Victoria, Patrona Coronada y Alcaldesa Honoraria Perpetua. El terremoto que sufrió la ciudad en enero del citado año obligó a desalojar la iglesia de la Purísima Concepción, que a día de hoy se halla en proceso de restauración.
Merece ser destacada la sillería del coro, tallada en madera en la que se reproducen las caras de Jesús, María y el Espíritu Santo además de los doce apóstoles.
De gran belleza los retablos que aún se conservan (existe constancia que hubo más en épocas pasadas), y que fueron costeados en algunos casos por particulares y través de suscripciones populares.
Imágenes de la Virgen bajo distintas advocaciones: Inmaculada Concepción, del Carmen, de los Desamparados, de Montserrat, del Pilar, etc. así como santos y santas que concitan a multitud de melillenses que buscan su amparo y protección. Mención especial para la talla de Jesús Cautivo en el Altar del Perpetuo Socorro, cuyo pie desgastado por el suave roce de los dedos de quienes acuden en busca de su ayuda y le imploran su Divina Intercesión. Similar es lo que ocurre con el Cristo de la Paz y la Soledad de Nuestra Señora, ubicados en el baptisterio muy visitados por sus fieles devotos.
Bendición de la Iglesia
Como todo lo que pasaba en la ciudad, la noticia fue recogida en El Telegrama del Rif , en la edición del día 20 de mayo.
“Desde el cuartel de la Compañía de Mar organizose la comitiva hasta la nueva Iglesia del Llano, que había de bendecir el ilustre prelado de la diócesis.
La comitiva organizose en la forma siguiente: dos largas hileras de Asociaciones religiosas de señoras y caballeros; niños de las escuelas; personas que esperaron a Su Ilustrísima y los que le acompañan desde Málaga; detrás seguía el Obispo bajo palio, cuyas varas llevaban el capellán señor Calzada, coronel de Artillería señor Revilla; coronel del regimiento de África señor Baños; notario señor Cano, comandante de Marina señor Orús, Interventor señor Casasnovas; médico director, de la Sanidad Marítima señor Pérez Torres; auditor señor Fábregas y secretario del Juzgado de Primera instancia señor Serrano.
Revestidos de Roquete seguían al Obispo los coadjutores de la Parroquia don Maximiliano Fernández y don Francisco Sánchez Osuna, teniente vicario señor Matilla, vicario eclesiástico señor Casasola y capellán del cementerio señor Ontiveros.
Detrás del palio seguían los generales Aizpuru y Monteverde, comisiones civiles y militares, cerrando la comitiva la banda del regimiento de África y enorme cantidad de público.
La comitiva siguió el siguiente itinerario: Muelles, calles de San Jorge, Almodóvar, Alfonso XIII y Plaza de Menéndez Pelayo.
Las calles se hallaban concurridísimas por inmenso gentío que saludaba cariñosamente al prelado, balcones y azoteas estaban atestados.
El obispo expresaba a sus acompañantes la satisfacción que le causaba el hallarse con tan cariñosa manifestación de regocijo por su llegada. Dijo que la población habíale causado excelente efecto, elogiándola grandemente.
Al llegar la comitiva a la Plaza Menéndez Pelayo ésta se hallaba por completo atestada, así como la Iglesia, donde era imposible penetrar.
El Obispo llegó hasta el pórtico, y revestido de capa, mitra y báculo, recorrió exteriormente la Iglesia, bendiciéndola con un ramo de romero. En esta ceremonia le acompañaba el general Monteverde y todas las demás autoridades.
Terminada la bendición exterior del templo, penetró en éste para bendecirlo interiormente. S.I. entró en el recinto a los acordes del órgano, procediendo acto seguido a la bendición con arreglo al mismo ritual.
El general Aizpuru se retiró a la Comandancia General a poco de llegar a la Iglesia.”