Lugar de indescriptible belleza no solo por los edificios modernistas, en su mayor parte proyectados por Enrique Nieto, sino también por los jardines centrales que añaden frescura a la zona.
Mucho se ha escrito sobre su urbanización y trazado. Veamos algunas de estas publicaciones:
Comenzaremos por el historiador Francisco Saro Gandarillas, y lo publicado por él en su obra Estudios melillenses:
“Antes de finalizar la construcción del nuevo barrio de Reina Victoria (hoy Héroes de España), se vio la necesidad de urbanizar el terreno existente entre el Parque Hernández y el barrio del Mantelete. Este último penetraba en los terrenos del antiguo campo de instrucción de la plaza rompiendo la armonía del solar que sin duda alguna había de estar destinado a ser una gran plaza por su propia situación: punto de arranque de las carreteras que enlazaban la puerta de Santa Bárbara, de entrada al Mantelete, y los barrios del Buen Acuerdo (hoy General Gómez Jordana), Polígono y Triana (este último englobado hoy en el Industrial).
La muralla de Santa Bárbara que desde el extremo sur del Muro X atravesaba el terreno hasta la torre de Santa Bárbara (situada en un punto 30 metros por delante del actual Banco de España), impedía la construcción de esa plaza-centro que rara es la ciudad que no conserva como punto de arranque de su expansión urbana.
Este terreno estaba ocupado por los restos del antiguo cauce que malamanente sujetaba las aguas procedentes del barranco del Polígono y arroyos contiguos, algunas barracas de cantinas y comercios y el barracón del antiguo Cinematógrafo Moderno del señor Salinas, alquilado por Administración Militar por necesidades de la Campaña de 1909.
La Junta de Arbitrios, lo entendió así, y encargó a José de la Gándara, capitán de Ingenieros y, a su vez, ingeniero de la Junta, la confección de un proyecto de Plaza, como consecuencia de lo cual, en 1910 se daba a conocer un ambicioso Plan de Urbanización, englobado dentro del Plan General de Urbanización de la ciudad, en el que se contemplaba la formación de lo que hoy es la gran Plaza de España, punto característico de Melilla y, sin duda, lugar destacado para el visitante de la ciudad.
Es el Plan de José de la Gándara se preveía una plaza de 180 metros de diámetro; sin embargo, y aunque el propio Rey Alfonso XIII derribaba por su propia mano, en enero de 1911, la primera piedra de la muralla de Santa Bárbara, el plan De la Gándara queda en suspenso.
Antes de poner en práctica el plan posterior que daría lugar a la ejecución de la gran plaza, la Junta de Arbitrios, en sesión de junio de 1912 acordó dale el nombre de Plaza de España. Para que no se perdiera el nombre con que los melillenses de la época conocían el lugar de asiento, la Junta dio el nombre de Santa Bárbara a la calle que enlazaba el Mantelete con la iglesia en construcción.
Poco duró este nombre, pues al ser asesinado el señor Canalejas ese mismo año, la Junta decidió poner su nombre a la calle anterior desde el primero de enero de 1913 y bastantes años más tarde fue cambiado por el de Ejército Español con que se le conoce hoy día.
Olvidado ya el proyecto anterior, el 18-1-1913 se aprueba un nuevo proyecto. En éste la plaza se reducía a 170 metros de diámetro, planeándose un jardín central, aceras intermedias y amplias aceras de 10 metros rodeando la plaza. Como árboles de adorno, los mismos que hoy, vemos diseminados por algunas calles y jardines, el “ficus alba”. También había previsto kiosko y evacuatorio. La plaza debía estar rodeada, además de por los edificios ya construidos, números 1 y 2 de la Avenida, por otros edificios oficiales.
Sorprendentemente el proyecto se llevó a cabo esta vez, y digo sorprendentemente porque en Melilla no era habitual que los proyectos se terminaran ni aún que comenzaran. El kiosko de periódicos fue arrendado por el señor Boix, quien en aquella época tenía una librería en la calle Prim, el Postal Moderno. Lo único que llegó a hacerse como se planeó, fue la construcción, en los solares desocupados, de los edificios oficiales, pues se pensó construir la nueva casa de la Junta de Arbitrios (en la casa de Salama desde el año anterior) en le solar hoy ocupado por el Casino Militar, y la nueva Comandancia General en el solar en el que actualmente se encuentra el Ayuntamiento.
El día 22 de abril de 1913 comienzan los trabajos y el 23 de enero de 1914 quedaban terminados.
En consonancia con la nueva plaza hubo de levantarse el cierre del Parque Hernández, tal como se conserva hoy día, cuya entrada de sillería y muro de mampostería y verja se hizo en ese mismo año, al mismo tiempo que el bar de la entrada, propiedad de la Junta de Arbitrios, el “Gambrinus”, muy distinto del actual, y conocido por muchos melillenses como “Preferido”.
Los número 1 y 2 de la Avenida, levantados después de la aprobación del Plan de Urbanización de José de la Gándara, por el que se autorizaba hasta tres pisos de construcción. Para edificar el primero hubo de derribarse el anterior de David Melul, de planta baja y un piso que no estaba alineado con respecto a la plaza.
En el lugar que hoy ocupa el polémico cine Monumental vemos el teatro Alfonso XIII, sucesor del antiguo teatro de verano, teatros desmontables, precarios, pero que sin duda contribuyeron a hacer de Melilla lo que un contemporáneo afirmaba de la ciudad: capital cultural del norte de África.
El Casino Militar, cuya primera piedra colocó el general Silvestre en la nochevieja del año 1920, no se terminaría hasta 1934, y en el solar que actualmente ocupa el Ayuntamiento se instalaría años más tarde el Parque de Recreo de aquel, hasta el año de 1941 en que se puso la primera piedra de la nueva casa municipal.
Como consecuencia del proyecto de monumento al Ejército de África, pesado al rechazar el general Marina que se levantara una estatua en su memoria, el día 16 de agosto de 1927, el general Sanjurjo coloca la primera piedra y cuatro años más tarde quedaba levantado el monumento y transformada la plaza a su estado actual.
En Cuadernos para la Historia de Melilla, escribe también sobre la Plaza de España Martín Galán Herrero:
“Este itinerario sentimental, iniciado en el barrio del Mantelete, se acerca, paso a paso, al centro de la ciudad. Crónicas estas sin pretensiones literarias, ecos de impresiones visuales y emotivas que, al ser recordadas, les pone el corazón unas gotas de nostalgia y poesía.
Entrando desde el puerto hacia el centro de la ciudad, el primer asombro de quien visita Melilla, es la amplitud y belleza de la plaza de España, hoy remodelada con acierto y buen gusto y enriquecida con edificios de bella arquitectura.
Mucho ha cambiado esta hermosa plaza desde aquellos memorables años veinte que la convirtió, durante una década, en un gran carroussel comercial que giraba impulsado por las peripecias y necesidades de la guerra del Rif. Entonces, la parte derecha de la plaza, entrando desde el Muelle Becerra y a partir de los barracones de La Remonta de la calle Duque de Almodóvar hasta donde hoy se encuentra el Banco de España, estaba limitada al borde interior de la ancha acera por una alta empalizada compuesta de paneles de madera, empalizada que ocultaba un vasto terreno cubierto de yerbajos, un solar que limitaba con la explanada del mercado al aire libre y las dependencias bajas del cuartel del Regimiento del Caballería Alcántara. Terminaba su curva la empalizada frente a las viejas maderas del Teatro Alfonso XIII, de la familia Aguado, enorme galeón encallado como una embarcación repleta de filmes en serie de la Casa Gaumone.
Esta empalizada fue valla publicitaria hasta casi finales de julio de 1921 cuando la plaza de España se convirtió en el gran zoo local de aquellos años de rápida expansión comercial. La plaza centralizada el pequeño comercio de guerra. Todo el frente de la empalizada circular se convirtió en poco tiempo en un mosaico de ocasionales y a veces disparatados comercios donde se vendía de todo y a buen precio, pues la parroquia era numerosa y poco exigente. Para este gran bazar de la plaza de España bastó con abrir puertas y pequeños escaparates en la empalizada pues terreno sobraba y eran muchas las facilidades municipales y militares.
Se improvisó allí casi una docena de pequeños establecimientos en los que vendían artículos necesarios para la vida de campamento, menuda quincallería, perfumería barata, insignias y complementos del uniforme militar. En estas abarrotadas tiendecillas se surtían los “cantineros” gente valiente y servicial que desafiando el peligro acompañada a la tropa hasta la primera línea de fuego llevando en un cesto la bota de vino y la botella de aguardiente, conservas y tabaco. Una vez conquistada la posición y establecido un campamento, los cantineros montaban un tenderete de sacos y latas vacías de gasolina, “la cantina”, donde el personal libre de servicio se reunía a beber tintorro y entonar nostálgicas coplillas del terruño.
Junto a estas quincallerías de la plaza de España, surgieron, se fueron instalando toda clase de establecimientos. Casi pegado al Casino Militar, un café-bar instalaba sus meses en la ancha acera, establecimiento que por las tardes atraía una numerosa clientela para escuchar una pequeña orquesta que interpretaba tangos, pasodobles de zarzuelas. Al extremo opuesto, donde hoy se alza el Banco de España un fotógrafo con su laboratorio de “fotos al minuto”, recuerdos de “la mili” para enviar a la familia y otros varios negocios, como una espaciosa heladería y un asombroso “Continental Express”, que tramitaba rápidamente cualquier encargo, enviar un recado, una carta, o el paquete de la madrina de guerra para su ahijado. Era esta acera, la del gran bazar, la parte más concurrida de la plaza, alborotada durante todo el día por el incesante ir y venir de militares y paisanos, los gritos de los vendedores ambulantes y el acoso de los pequeños limpiabotas a los reclutas invitándoles reñir de un marrón rojizo las botas de cuero vuelto recién estrenadas.
La parte de la plaza donde hoy está el Ayuntamiento, era entonces un gran solar cercado en toda su extensión por una barandilla de hierro. Al límite de la Compañía Minera Setolazar, estaba la Capilla Castrense. En esta explanada, al finalizar la conquista de Alhucemas se celebró una exposición del material de guerra cogido a los rifeños.
Desde aquellos años veinte, ha cambiado mucho la plaza. Han desaparecido las artísticas farolas sobre bancos de piedra y los dos circulares grandes evacuatorios, con cúpulas de hojas de pizarra. Había un Kiosco encristalado que hacía frente al Café Alhambra (hoy Metropol) donde se vendía tabaco, el periódico local, los diarios y revistas de la Península y algunos libros: se vendían mucho dos libros escritos e impresos de Melilla, Uno era el titulado “El peso de la corona”, dedicado al entonces Príncipe de Asturias y del que era autor un oficial del ejército, Leopoldo Aguilar de Mera que murió en combate.
El otro libro se titulaba: “El señor Feliciano en la República del Rif” y era una versión humorística de la política africana de aquellos años a la par que, una sátira de los sueños del cabecilla Abdelkrim, de convertir el Rif, en una república.
Así era la Melilla de los años veinte esta plaza de España, sin apenas tráfico rodado. Algunos carros de Intendencia tirados por recios mulos, transportando los sacos con los “chuscos” para la tropa, desde los cercanos hornos hacia los cuarteles, pequeños vehículos y carretillas con mercancías del muelle y algún que otro y negro Ford T llegado de las últimas posiciones conquistadas y que humeante y sonando el estrepitoso claxon enfilaba la calle General Chacel, la gran artería de la Melilla de ayer y de hoy.