Esta imagen anónima de la Virgen del Carmen que a día de hoy recibe culto en la parroquia de la Medalla Milagrosa (tras el terremoto de 2016) presidió el altar del mismo nombre en la iglesia de la Purísima Concepción.
Para conocer su historia acudimos a varios autores. El primero de ellos es Rafael Fernández de Castro, quien en su libro dedicado al patronazgo de la Virgen de la Victoria escribe sobre el Altar de la Virgen del Carmen:
“Ocupa este Altar todo el frontero de la nave izquierda del Templo que, al igual que la nave de la derecha, tiene una anchura total de 4,60 metros.
Data del último tercio del Siglo XVIII, según asevera la Real Orden de 4 de Septiembre de 1767, que concede Capilla a la Iglesia de la Purísima Concepción de Melilla a Nuestra Señora del Carmen, y dice así:
<Consecuente con la benignidad con que mira el Rey a los moradores de los Presidios, y por su egemplar deboción a la Reyna de los Angeles Maria Santissima, coneeciende S.M. gustoso, en que se destine Capilla a Nuestra Señora del Carmen en la Iglesia Parroquial de esa Plaza, y que para su culto y festividad, se abone todos los meses el importe de una ración, en reconocimiento de haberlos librado Dios por su intercesión, del inminente riesgo a que estuvo expuesta toda la vecindad en los terribles terremotos que experimentaron la mañana del propio dia; y dándose al Veedor de Málaga la orden que corresponde a su cumplimiento, lo aviso a V.I, de la de su Majestad, para su noticia, y consuelo de esos habitantes. Dios guarde a V.I. muchos años- San Ildefonso, 4 de Septiembre de mil setecientos sesenta y siete.- Juan Gregorio Muriain.
El severo altar, bello por su armonía, constituído en su conjunto por medio templete circular de proporcionada elevación respecto a la altura media de la nave, es de estilo Renacimiento; se halla sostenido el templete por cuator columnas de orden toscano y, rematado por una media cúpula. El friso en que ésta se apoya presenta unos recuadros pintados al aceite en fondo azul cobalto.”
De gran valor es la informacion aportada por el doctor en Historia del Arte Sergio Ramírez González:
“Hacia 1680-1710- las primeras noticias documentadas parte de 1713 puede datarse la Virgen del Carmen ubicada en la cabecera de la nave del Evangelio del templo de la Purísima Concepción, allí donde hasta hace escasas décadas presidía el desapareicdo retablo-templete de principios del siglo XIX.
Qué duda cabe que aquella arquitectura lignaria [de madera] se adaptó a una imagen de factura anterior, cuya ubicación primigenia dentro del espacio templario es difícil de precisar por la parquedad de la documentación conservada.
Si bien, entendemos que asumió la localización actual desde el momento en que se proclamó la Real Orden concedida por Carlos III en 1767, en pro del establecimiento y constitución de la capilla de dicho título.
Incluso, se ha llegado a aventurar, por parte de algunos autores, que su lugar debió estar en un inicio en la aledaña capilla de ánimas.
Esta hipótesis carece de sólidos motivos y de todo fundamento documental, por cuanto asienta el referido vínculo en el conocimiento certero de la procedencia de las cuatro ánimas del purgatorio con las que comparte altar desde principios del siglo XX.
Cuestión totalmente circunstancial, dicho sea de paso, a tenor del evidente dislate cronológico existente entre la ejecución de una y otras, así como el forzado encaje en el retablo de las piezas menores, en virtud del cual se ratifica el hecho de no haber sido realizadas para estar integradas como conjunto.
La presente escultura continúa el modelo de Virgen Madre de clara raiz clasicista, bajo una reinterpretación barroca que parte de los cánones marcados por la estatuaria mariana de Alonso Cano y se define mediante el enfoque particular de Pedro de Mena y Miguel Félix de Zayas.
De ahí, su vinculación con los talleres de escultura malagueños tan generalizada para el patrimonio religioso local. Responde a una tipología iconográfica estrechamente enlazada a cierta orden religiosa y con una proyección popular sencillamente espectacular, que finalizaría rompiendo las barreras espacio-temporales para asentarse en todo edificio religioso que se preciase, tanto en ciudades como en pueblos y aldeas.
Nos referimos a la Orden de Nuestra Señora del Carmen u Orden Carmelita, afanada en exaltar y perpetuar sus remotos orígenes no solo a través de las fuentes escritas, sino tamibén mediante la expresión plástica.
Para ello, toman a la figura clave de María como especial protectora de los niños de esta Religión y, de ahí, que a partir del siglo XVI se asumiera la costumbre de representarla ataviada con el hábito carmelitano.
Así se muesta en el ejemplo melillense, al integrar el hábito pardo ceñido a la cintura con correa y una ancha capa de tonos marfileños, que la envuelve suavizando sobremanera los perfiles del conjunto.
Ni que decir tiene, que dicha indumentaria queda adptada a la posición sedente de la Virgen para configurar un dilatado repertorio de plegados alrededor de piernas y brazos, donde la capa encontrará acomodo de cara a enaltecer los elementos que porta en sus manos.
La forma cerrada y hueca de la extremidad derecha anuncia su disposición a blandir el cetro de la realeza divina junto al escapulario, conventido en símbolo distitivo de esta Orden desde la Visión de San Simon Stock en 1251; más adelante, a raiz de la promulgación de la Bula Sabatina de 1322, objeto clave de intercesión ante las almas del purgatorio.
En contraposición a la mano derecha, la izquierda avanza para desplegarse sobre el torso del Niño Jesús, totalmente anatomizada, independiente del bloque escultórico principal y dispuesta para ser vestida conforme a las tendencias del realismo barroco.
El escorzo trazado por su cuerpo dinamiza en cierta manera el conjunto y lo desvía de esa impronta frontal que lo caracteriza.
Piernas semiflexionadas y brazos extendidos armonizan con el giro lateral de la cabeza, donde destacan las redondeces del rostro y la arcaizante plamación del cabello de perfilados bucles. Su entrañable gesto se aparta un tanto, eso sí, del reflejado por el largo semblante de María, sumido en la contención expresiva que le confiere la dulcificación y gravedad de los rasgos bajo un equilibrio definido por la clásica caida de la cabellera, de raya central y extensos mechones ondulados.
En cuanto a la policromía de las carnaciones, de tonos templados y efluvios sonrosados en mejillas, encuentra un complemento perfecto en el estofado de las vestimentas provisto de un sugerente diseño a base de acantos, tornapuntas y motivos florales- en golpes dispersos- de tamaño considerable.
Lo que facilita una perceptible combinación de elementos alrededor del eje medular indicado por el emblema carmelitano, en el escapulario de la Virgen.
El toque sobrenatural, tan propio de la plástica barroca, viene definido por la colocación a modo de escabel de un cúmulo de nubes de fino rayado en oro, dotado con cabezas de querubines de infantiles muecas.
[Bibliografía: Sergio Ramírez González. El triunfo de la Melilla Barroca. Arquitectura y Arte.Fundación Gaselec.2013
Rafael Fernández de Castro y Pedrera. Resumen histórico del patronazgo de María Santísima de la Victoria Excelsa Patrona de Melilla y Breve Historial de las Antiguas Iglesias y Ermitas de la Ciudad de Melilla.Tánger.1941]