Conociendo nuestro patrimonio El barrio del Mantelete

El barrio del General Larrea, popularmente conocido como “Mantelete”, nace al pie de las murallas de Melilla la Vieja y tiene, como todos, su propia historia. Pero también unas historias, las de sus moradores, quienes han vivido y viven en él.

Todas ellas son piezas de un gran puzzle, que es Melilla.

Veamos pues que se ha escrito a lo largo de estos años sobre tan singular barriada. Comencemos por un artículo de E. Blanco, escrito el 10 de septiembre de 1906 y publicado el día 14 en El Telegrama del Rif bajo el título de Postales de Melilla. El Mantelete:

“Hebreos de largas barbas blancas, sentados sobre mostradores que separan las estanterías de sus tiendas de los guijarros del arroyo, os ofrecen sus telas de finísimos calados, junto con los vasos de vidrio de arabescos dibujos y los pilones de azúcar de argelina procedencia.

Telas y cacharros, comestibles y babuchas en confusión, al lado de una algarabía infernal de hebreo y rifeño, árabe y castellano, que en tiroteo de gritos y palabras va de unos en otros ajustando objeto mil veces regateados en su precio antes de pasar a las capuchas de las chilabas, o a los serones de los borriquillos, que cual los pacienzudos hebreos comerciantes, esperan la llegada de mejores horas.

Los moros de elegante porte y sonrosada pieal, alternan conlos del interior y en rendida servidumbre, les muestran las telas, pañuelos y turbantes, que muchas veces tornan a recoger con el desaliento del mal negocio, para enseñarlos de nuevo, a cambio de las plateadas monedas, cubiertas de garabatos.

Las cortinas de los balcones y los visillos de las vidrieras, ocultan mujeres que se consumen en el aire enrarecido de las habitaciones, sentadas en cojines bordados de oro, esperando el halago amoroso de sus dueños, y los sirivientes de los cafés cercanos arrastran sus babuchas de mesa en mesa, sirviendo el aromático te con hierbas a los parroquianos, que muestran su civilización jugando a la baraja, o se extrañan escuchando los monótonos sones de las guzlas tañidas por los artistas que apoyan sus pies descalzaos en los barrotes de las sillas.

Trajinar de carros que se bambolean al paso de sacos cargados de harinas, guiados por hombres sucios y haraposos semivestidos a la europea; el reflujo constante de las gentes que entran y salen en el mercado; el encontronazo rápido y brutal del serón del burro, que camina al compás del arria y del estacazo; y la calle ancha y corta que presenta al final repleto escaparate de vajillas y jarrones, abanicos y olorosas cajas de sándalo, sedas y encajes, que dejan adivinar otras mil lindezas caprichosas tras los hilos de cuentas colgantes, que ocultan las anaquelerías de la casa de los indios.

El Economato exhibe jamones y salchichones, pellas de amarillenta manteca y un sin fin de latas que se apilan formando columnas relucientes; botellas transparentes mostrando el ámbar de Jerez y el grana del Rioja, los ramajos del escarchado anís, o la negrura de los vinos baratos y a la salida de su puerta, estrecha para el paso de sus favorecedores, se ven las peluquerias de primitivo estilo, al lado casi de los primeros peldaños de una escalera empinada y angosta que conduce a la Plaza, poniendo fin al reducido Mantelete.

Francisco Saro Gandarillas publicaba en 1982 en El Telegrama de Melilla este artículo titulado El viejo Mantelete que posteriormente se recogería en una publicación de la Asociación de Estudios Melillenses:

“Aún cuando hoy ha perdido la fisonomía propia de cuando nació, a finales del pasado siglo, el Mantelete es, sin duda, uno de los barrios más característicos de Melilla, destacado por lo mismo entre dos numerosos que forman esta extensa ciudad norteafricana.

El Espasa, la Biblia del saber del español del siglo XX, nos sorprende y nos reafirma en nuestro presupuesto anterior al encontrar entre sus voces la siguiente: Mantelete: barrio de Melilla.

Seria interesante, conocer cuántos barrios de las más conocidas ciudades españolas han merecido figurar, aún de forma tan escueta, en la popular enciclopedia.

El Mantelete, en términos de fortificación antigua, era un parapeto móvil de tablones utilizado para acercarse a las murallas a cubierto de los tiros de los sitiados. Esta palabra nos transporta a los tiempos en que Melilla era una plaza sitiada y nos habla de angustias y penalidades, la dura vida de guarnición que configura la apasionante historia de la vieja ciudad.

Antes de que comenzaran las construcciones en el Mantelete el terreno no estaba ocupado por los huertos de donde la población sacaba parte de los necesarios elementos de subsistencia.

Defendidos desde 1707, por la torre de Santa Bárbara, los huertos se extendían por una superficie que ocupaba lo que hoy es antigua estación de autobuses, plaza de Carros y calles adyacentes, es decir, más o menos la mitad de lo que es el barrio actual.

En 1875, después de la desviación del río de Oro, que anteriormente desembocaba a la altura del lugar en que hoy se encuentra el Club Marítimo después de atravesar el terreno hoy ocupado por el Parque Hernández y Plaza de España, y en el ganado al mar por los aluviones del se levanta el muro X, muro conocido por buena parte de los melillenses de hoy y que se alargaba entre el torreón de la Cal, junto a la puerta de la Marina, y un punto cercano a la fachada suroeste del edificio municipal;

desde ese punto se unía por mediación de una muralla con la torre y Santa Bárbara, situada 30 metros por delante del actual Banco de España, torre que fue derribada en abril de 1911 por necesidades de la urbanización.

En esta muralla estaba la puerta del campo, puerta de salida del Mantelete al llano de Santiago y de donde partan las tres carreteras que enlazaban el Mantelete con los barrios exteriores, las del Polígono, Buen Acuerdo y Triana, hoy convertidas en Avenida, Marina y García Valiño.

Después de la campaña de Tetuán, firmado el convenio de 1861 por el que se reconocía y ampliaba el campo exterior de Melilla, la ciudad pareció encontrar una nueva posibilidad de expansión a su constreñida, existencia, encerrada en las murallas de la maltratada ciudad alta.

Desde 1864 en que desaparece la limitación anterior se permite la libre residencia en la plaza de Melilla a todo aquel que quiera establecerse en el nuevo territorio de soberanía, disposición confirmada en 1870 y con la que se inicia la colonización (lenta colonización) del campo exterior.

Poco a poco llega la nueva población y ya en 1880 fue totalmente imposible acogerla en la vieja ciudadela, por lo que fue preciso autorizar el montar, dentro del Mantelete barrancas desmontables de madera con el fin de paliar el problema.

Entonces el Mantelete estaba dividido, dentro del perímetro de sus murallas, en dos partes, separadas por un muro que se extendía desde el Cuartel de San Fernando (hoy Policía Nacional) hasta la luneta dé Santa Isabel (hoy, en su lugar, el cuartel de la Guardia Civil) y desde allí al Muro X, junto a la puerta de salida a la mar hacia la mitad del muro.

Las barracas fueron instaladas en el interior de este recinto, bajo las murallas de la Plaza de Armas. En 1886 había ya 115 barracas que albergaban tiendas, tabernas e incluso 9 prostíbulos. Un cronista de la época daba el número de 393 familias ocupantes de estas barracas, en unas condiciones de vida, que hoy nos parecen lamentables pero que entonces eran un recurso necesario y aceptado por la carencia de viviendas.

En 1888 se autorizó la venta de solares en el Mantelete interior, por lo que las barracas fueron trasladadas al exterior, en el espacio disponible entre el muro divisor y la muralla de Santa Bárbara.

Los solares desalojados fueron subastados y a finales de 1891 estaban terminadas las nuevas viviendas, que son las cuatro manzanas que hoy ocupan el fondo del barrio cercanas a la muralla.

También en 1888 nace el barrio del Polígono. Gran parte de los comercios

establecidos en las barracas del Mantelete exterior pasan, en 1891, al acabarse las cuatro primeras manzanas del nuevo barrio, a establecerse en él; las barracas son llevadas a los iniciados barrios del Buen Acuerdo y Triana y en julio de 1892 ya no quedaba ninguna en el Mantelete.

Aún cuando aquellas desaparecen, los principales comercios de Melilla siguieron situados durante bastantes años (hasta la construcción del barrio de Reina Victoria, hoy Héroes de España) en el Mantelete. La zapatería de Alcaraz, el almacén de Samuel Salama, la casa de Benchimol, la de Cabo (con su sorprendente jamón asturiano), Economato militar y otros más, siguieron siendo indispensables para el ciudadano de la

Melilla a caballo de los dos siglos.

En 1893 acontecen los lamentables sucesos de la campaña de Margallo.

Las tropas expedicionarias no tienen alojamiento y es preciso habilitarles algunos cuarteles provisionales.

Surgen así los primeros acuartelamientos, a base de barracones de madera, en el Mantelete y la Alcazaba.

En el Mantelete se establecen el Batallón de Artillería, el depósito de ganado

de Caballería y algunas dependencias (hoy desglosada en Intendencia e Intervención militar).

El cuartel se levanta con carácter provisional y durará prácticamente hasta 1. 925, se encontraba instalado en la parte del Mantelete exterior adjunta al muro X. El depósito de ganado en los terreno ocupados hoy por la Plaza de Estopiñán y la vieja estación de autobuses, terrenos que también ocupó, en lugar cercano al fuerte de

San Miguel, los depósitos de paja y leña y la panificación de Administración

Militar.

Con las tropas expedicionarias llega también una unidad de la Guardia

Civil, unidad que dio tan magníficos resultados que quedó permanente en la nueva organización militar surgida tras la guerra de Margallo.

Para su alojamiento hubo que derribar la vieja luneta de Santa Isabel, y en su

lugar se levantó, en 1896, el cuartel de la Guardia Civil actual, construido por el Sr. Orozco quien más tarde construirla también los pabellones de Santiago, los del Buen Acuerdo y la actual Comandancia General.

En 1897, siendo gobernador el general Alcántara, se derriba el muro que separaba ambos Manteletes, en el trozo comprendido entre el cuartel de la Guardia Civil y la puerta de San Jorge, y en su lugar se construye el mercado, ese mercado que como ruina venerable se conserva hoy todavía, ocupado por multitud de pequeñas tiendas pero que en su día fue creado exclusivamente para dar artículos de primera necesidad, de los que Melilla no andaba muy sobrada.

En la calle de San Jorge, desde las primeras horas de la mañana en que se abría la puerta de Santa Bárbara, se formaba un pequeño zoquillo al aire libre. Una vez abierta la puerta, los indígenas vendedores partían en carrera desenfrenada hacia

la calle; cuando les faltaba escasos metros lanzaban las babuchas sobre la

acera y allí donde cala ese era su puesto de venta.

En 1905 acabó el pintoresco pero lamentable espectáculo de los moros galopantes; la Junta de Arbitrios levantó unas pequeñas casetas a espaldas del cuartel de la Guardia Civil trasladando a este nuevo lugar el mercadillo de la calle San

Jorge.

En ese mismo año de 1897, se instala en la calle Medinasidonia (hoy Fernández de Miranda) la primera central eléctrica de Melilla, un pequeño motorcito que apenas proporcionaba energía para unos pocos puntos de luz, hasta que poco tiempo después, en 1.899, se instala en el llano la Sociedad industrial, central que han conocido muchos de los melillenses de hoy.

Desde que en 1900 se autoriza la construcción de casetas en la parte del muro X que mira al mar el interés por el torreón de las Cabras, centro hasta entonces de la vida social .melillense se desplaza al nuevo paseo.

Los concesionarios de las casetas se encargan de rellenar el terreno, ganando al mar el espacio suficiente para convertir el antiguo playazo en paseo amplio y cómodo. En él se establece el Casino Español, se crea una sección del Casino Militar, se abre el café de Cabo, nuevo mentidero de la ciudad, donde por quince céntimos el café se podían matar las horas en amigable tertulia, se instalan el restaurante de la Marina, el Diván España, la cervecería de la viuda de Galbán; allí se levanta la Gran fábrica

de gaseosas de Ramón Espinosa, el café de Moyano, la Unión Recreativa, lugares y personas que pasando el tiempo, y ante la inminencia de la construcción del puerto, abandonarían el muro. para integrarse en el nuevo barrio, que desde 1. 909, habría de surgir en el Llano de Santiago.

En el paseo del muro X, paseo que desde mayo de 1903 pasó a denominarse

del general Macias, aunque nunca perdió su primitivo nombre hasta que fue derribado, se celebraban las fiestas y carnavales de Melilla, los antiguos y añorados carnavales en los que todo el mundo participaba y en los que no era imposible encontrar disfrazados alguno de los serios coroneles de la Plaza.

También desde el paseo podía contemplarse el único espectáculo que de forma habitual se ofrecía a la población: la llegada y partida de los viejos correos, el «Mahón» y el «Sevilla»; para cerciorarse de que el correo no iba a faltar ese día, muy cerca del muelle, en la caseta de la Compañía de Mar, podía encontrarse el meteorólogo

oficioso de Melilla, el teniente Morán, hombre amable alrededor del cual se cedan las esperanzas y frustraciones de los que esperaban en el muelle la llegada de algún familiar o de alguna noticia.

Todas las anteriores circunstancias contribuyeron a hacer del muro X y su paseo uno de los lugares más representativos de la Melilla de principios de siglo, lugar que hoy añoran con tristeza y nostalgia algunos pocos supervivientes de aquella época amable.

En el año 1900 se levanta también junto al cuartel de la Guardia Civil, la que durante muchos años fue mejor casa de la ciudad: la casa de Salama. La casa parecía surgir en un lugar que no era el suyo.

Rodeada de construcciones provisionales, incomparablemente mejor que las restantes casas de Melilla, parecía haberse equivocado de ciudad. Con ella prácticamente en 1911 de la casa que hoy ocupa el número 2 de la Avenida, la casa de Salama se destaca en el Mantelete como avanzada de lo que no tardando mucho habla de ser la nueva gran ciudad.

Con ella prácticamente queda configurado el Mantelete, hasta que en enero de

1911, con el fin de poner en práctica el más tarde olvidado plan de urbanización

de José de la Gándara, el Rey Alfonso XIII derribaba la primera piedra de la muralla de Santa Bárbara, momento en que en el barrio comienza una nueva fase de su existencia: el nuevo Mantelete.”

[VV.AA. Cuadernos de Historia de Melilla. Asociación de Estudios Melillenses.1988]

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