Conociendo nuestro patrimonio Capilla de la Enramada

Este lugar de culto erigido en el siglo XVI, que durante años ha permanecido oculto a nuestros ojos

Sergio Ramírez, gran conocedor de nuestro patrimonio religioso, en su obra El triunfo de la Melilla barroca, escribe sobre esta capilla:

“Unos medios que no serían del todo suficientes, cuando diez años después, en 1588, continuaba la iglesia muy deteriorada- con peligro de derrumbe total por el avance de las filtraciones de agua y la putrefacción de la cubierta de madera- y los fieles eran acogidos provisionalmente en la explanada de la plaza, con el objetivo de participar en el oficio litúrgico.

Realizada en esa misma década bajo un momante de 4509 maravediés, la conocida ramada o enramada estaba compuesta por una partre de la extensión de la misma plaza de la Maestranza, aprovechada como espacio congregacional efímero durante las celebraciones de los domingos y fiestas, siempre y cuando las condiciones meteorológicas- lluvia o viento- lo permitiesen.

En caso contrario, disponían de las ermitas de Santa Bárbara y Virgen de la Victoria supeditadas a una escasa amplitud que no les permitía albergar a más de cien personas cada una, de ahí que, en este supuesto, quedasen numerosos habitantes sin asistir a la celebración de la misa.

Ese espacio congregacional abierto correspondiente a la plaza tendría su foco de atracción en el altar improvisado para el que conformaron una sencilla, efectiva y digna capilla embutida en el lienzo de la muralla.

Aprovechando la profundidad del muro, se dispuso un hueco a modo de ábside con una altura considerable- alrededor de cuatro metros, cubierta de una bóveda de medio cañón rebajado con doble rosca al fondo.

La elevación del pavimento se salvaba a través de una escalinata de acceso, muy oportuna desde luego de cara a facilitar la adecuada visión desde los distintos puntos de la plaza.

Estructura general que se percibe perfectamente en el plano de Melilla que remitió el gobernador Pedro de Heredia a Felipe III en 1604, antes de que fuera integrada en el Seiscinetos en el edificio que hoy corresponde a la torre de la Vela o casa del Reloj.

Tapiada en 1944 y por segunda vez en 1980, ha vuelto a ver la luz en fechas recientes a la espera de su oportuna restauración.

Más allá de mostrar una destacada monumentalidad o magnificencia artística, esta obra arquitectónica se convierte en uno de los ejemplos más destacados de su tipología, tanto por la forma como por la función detentada en su momento.

Con inspiración en las capillas callejeras, exentas o adosadas, que jalonaron el urbanismo peninsular de la Edad Moderna, su modelo primordial hay que buscarlo en Iberoamérica dentro de aquellos proyectos vernáculos de los conjuntos monacales del siglo XVI.

Leopoldo Torres Balbás señaló a las musallas o sarias de las ciudades hispanomusulmanas- oratorios al aire libre localizados en la zona exterior de los recintos amurallados- como precedentes directos de las susodichas capillas americanas, por cuanto la huella musulmana en España traspasó la crítica barrera de 1492 y se extendió desde el punto de vista artístico por nuestro territorio, influyendo decisivamente en las líneas constructivas, estéticas y compositivas del Quinietos hispano. Al tiempo que se mantenía dentro de las corrientes autóctonas al serle superpuesto los elementos simbólicos acorde al triunfo de la fe cristiana.

El objetivo de estas capillas era el de reunir una gran cantidad de fieles el día de las celebraciones relevantes y conmemoraciones concernientes a su práctica religiosa, ante la insuficiencia de espacio que podían presentar las diferentes naves de la mezquita mayor. A lo que debe sumarse, en su trasvase continental, la costumbre de los indígenas de venerar sus divinidades desde el exterior de los edificios templarios y la peligrosidad de recibir en un recinto cerrado a una población muchas veces hostil.

Sea como fuere, las capillas abiertas iberoamericanas encontraron su caldo de cultivo y constitución material en un área propicia de expansión estética y utilitaria, dentro de una de las aportaciones más originales de la arquitectura conventual del siglo XVI: el atrio.

En realidad, una superficie rectangular previa a la entrada de la iglesia que magnificó sus dimensiones y produjo una hipertrofia del espacio respecto a las tendencias europeas, pasando a ser un elemento transicional sin mayor importancia a un distintivo propio de impronta castrense, utilizado como testimonio del dominio religioso del territorio e instrumento de evangelización hasta el momento final de la labor catequizadora.

Estas innovaciones van a responder a una adaptación del lugar al medio en que se ejecutaba la evangelización de los indígenas, en busca de la función escenográfica que facilitaba la altura ofrecida por la rampa de entrada y la fachada de la iglesia en cuanto a fondo del escenario. Vendría a constituir, pues, un género de iglesia al aire libre, complementaria e independiente, simultáneamente, a la iglesia principal del complejo.

Dentro del atrio, la capilla abierta quedaba constituida mediante un espacio cubierto a modo de nicho excavado en el muro- donde se alojaba un altar portátil no permanente-, que interrumpía la continuidad del paramento en virtud de su conformación en santuario de esa iglesia al aire libre.

Al tiempo que acomodaba la nave congregacional en el espacio abierto y mantenía la tarea bifuncional de recinto didáctico y templo de amplia visibilidad.

En cualquier caso, la morfología y riqueza ornamental de estas auténticas iglesias seccionadas- clasificadas en tres grupos diferentes por Diego Angulo Íñiguez-, dependía de las circunstancias económicas de la institución y las contextuales de la zona donde se implatara.

Queda claro, según lo vistao, que la capilla de la enramada de Melilla enlaza directamente- por estructura y aplicación, aunque con matices bien diferentes- con las capillas de indios americanas, hasta el punto de encontrar ejemplos de similar impronta que los monasterios agustinos de Actopan y Meztitlan, y los franciscanos de Tlahuelilpa, Huejotzingo y Tzintzuntzan (méxico), entre otros.

A decir verdad, la de Melilla cumplió con creces los objetivos para los que se realizó y llegó a tener una utilización activa de alrededor de treinta años hasta la conclusión de las obras en la iglesia parroquial, en la primera década del siglo XVII.”

Antonio Bravo y Juan Antonio Bellver publicaron en 2016 un amplio reportaje sobre esta capilla:

“Las obras de rehabilitación y restauración de un edificio histórico para usos museísticos (un viejo cuartel del siglo XVII y XVIII conocido como Casa del Reloj), permitieron rescatar el ábside de una antigua capilla conocida como la Ramada o Enramada, de la que sólo se tenían referencias documentales durante unos pocos años entre finales del siglo XVI y principios del XVII.

Las obras fueron llevadas a cabo entre los años 2011 y 2012. La Ramada fue construida en los últimos decenios del siglo XVI y obedece a una tipología aún inédita en el norte de África, la de capillas o iglesias con enramada.

La capilla fue construida en el llamado Primer Recinto fortificado de Melilla, en la actual plaza de los Aljibes y estaba compuesta por dos partes. Una primera construida en cantería (el ábside) y una segunda formada por una estructura provisional de madera cubierta por ramas y cañizo que permitía el cobijo de los fieles que asistían a los actos litúrgicos.

El ábside fue construido aprovechando la parte posterior de la batería Real, pero las necesidades defensivas de la ciudad exigieron que en los primeros decenios del siglo XVII se construyera un cuartel que se adosó a la citada batería, tapando y desfigurando el ábside que ha permanecido oculto durante varios siglos hasta su recuperación actual.

El estudio de documentación de esta obra se inicia a partir de unos primeros trabajos de documentación histórica y control arqueológico, que permitieron determinar su interés y la necesidad de su recuperación y restauración integral.

El estudio de esta capilla ha exigido previamente un análisis global de toda la arquitectura religiosa existente en este periodo de la historia de Melilla, así como el estudio de las condiciones históricas que nos permitieran entender las razones de su construcción y de su abandono.

Con ello intentaremos explicar las causas que propiciaron la utilización de una tipología arquitectónica poco documentada hasta el momento, como son las iglesias o capillas con enramadas.

Hay que decir que la segunda mitad del siglo XVI es un momento de grandes cambios para Melilla. La primera iglesia de esta población se edifica en la llamada Villa

Vieja a partir de 1497, pero fue demolida a mediados del siglo XVI por cuestiones relacionadas con la defensa de la fortaleza.

El 23 de marzo de 1550 el gobernador de la ciudad escribía: “distribuir en un templo suntuoso que V.A. mandó derrocar en la villa vieja de esta ciudad, porque aquí no hay sino tres hermitas que apenas el domingo cabe la mitad de la gente”.

Estas ermitas no podían hacer frente a las necesidades religiosas exigibles y por ello se requería una iglesia parroquial amplia y que pudiera albergar a toda la población.

La demolición de la iglesia parroquial de la Villa Vieja – a mediados del siglo XVI –, generó varias necesidades que se van a concretar en dos tareas edificatorias: por un lado la construcción de una nueva iglesia en la parte más alta de la ciudad, en la llamada Villa Nueva, y por otro se va a erigir una nueva capilla dedicada a Santiago junto a la puerta de Tierra.

La capilla de Santiago es una pequeña edificación de planta rectangular y que se corona por una bóveda de crucería estrellada sobre arcos apuntados (Fernández de Castro, 1941, p. 48-51; Bravo, 1988, p. 57-62) y que responde a líneas estilísticas relacionadas con el gótico-isabelino o estilo Reyes Católicos.

Esta corriente tuvo un amplio desarrollo en la geografía andaluza a finales del siglo XV y principios del XVI, pero se sigue edificando con sus criterios varios decenios después, como ocurre en Melilla.

La capilla de Santiago fue terminada en 1551 y su factura se debe al ingeniero Miguel de Perea y al maestro mayor Sancho de Escalante (Castries, 1921).

Para 1553 el ingeniero Juan de Zurita exponía su opinión favorable a la construcción de una nueva iglesia parroquial en un terreno apropiado y con dimensiones acordes al aumento experimentado por la población. Tres años después (1556) Hernando de Bustillo insiste en la misma necesidad de levantar una iglesia de la que Melilla carecía desde el derribo de la anterior y, para ello, recomendaba solicitar el apoyo del obispado de Málaga ante la decisión del duque de Medina Sidonia de renunciar a la tenencia y guarda de Melilla (Castries, 1921, p. XXIII-XXIV).

La nueva fábrica del templo se comenzó a ejecutar entre el último trimestre de 1556 y los primeros meses de 1575. Sin embargo esta iglesia se arruinó a causa de un terremoto acaecido el  1 de marzo de 1579 que dejó su estructura en muy mal estado; por esta razón y durante algunos años, los fieles no tuvieron un templo amplio para celebrar las misas.

Y este es el origen de la capilla de la Ramada, nuevo y amplio espacio para que todos los fieles de la ciudad pudieran acogerse provisionalmente durante la celebración de los oficios litúrgicos.

Conocemos algunos aspectos de su construcción gracias a un documento de los oficiales de Melilla Antonio de Tauxida y Miguel Saicerdán (abril y junio de 1592).

Este documento consiste en una relación de gastos que se corresponde con los impuestos del Rey relativos a los quintos de cabalgadas y derechos de puertas y hierros, y que comprende desde primero de enero de 1585 hasta finales de diciembre de 1591. En uno de los apartados figuran: “Quatro mill y quinientos y nueve maravedis que pago y se gastaron en hazer una rramada en la placa donde se dize misa los domingos y fiestas por estar la Yglesia cayda. IIII . U . DIX”7.

Esta referencia nos confirma que la obra se realizó entre 1585 y 1591 y que su costo fue 4 509 maravedíes.

El documento citado no nos da información sobre los autores materiales de la capilla, pero sabemos que durante los años 1591 y 1592 el maestro mayor de obras de Melilla era Gregorio de Araño y que en 1604 figuraban como maestros canteros Francisco Ruiz y Gerónimo Vidal, que por entonces llevaban muchos años trabajando en Melilla, por lo que bien pudieron ser los autores de la obra.

Pero, ¿ qué era un a ramada o enramada? Se trataba de una tipología arquitectónica con cierto carácter de provisionalidad y compuesta por dos partes bien diferenciadas.

Por un lado un a construcción realizada en sillería, embutida en la parte trasera de la batería Real, y compuesta por un ábside donde se situaba el altar y desde donde se oficiaban los oficios litúrgicos, con orientación hacia el Este.

El ábside consistía en un hueco dentro de la sólida muralla y tenía una altura de cinco metros, estando cubierto por una bóveda de medio cañón rebajado con doble rosca al fondo.

El pavimento del ábside estaba elevado respecto a la plaza mediante una escalinata de acceso, lo que favorecía su visualidad por el público congregado en ella.

La otra parte de la Ramada, inmediata a la anterior, comprendía una gran extensión de la plaza de los Aljibes, que se aprovechaba como espacio congregacional efímero para facilitar las celebraciones de los domingos y fiestas, siempre y cuando las condiciones meteorológicas – lluvia o viento – lo permitiesen.

En 1604 la Ramada todavía estaba en uso, como demuestra su aparición en el plano que remitió el gobernador Pedro de Heredia a Felipe III ese año (Bravo, 1997, p. 35-36), y donde se aprecia su estructura.

Sin embargo a partir de 1608 la Ramada pierde su función religiosa, al concluirse ese año las obras de la nueva iglesia parroquial y dejar, por esta razón, de ser necesaria. En la zona trasera de la batería Real se iban a producir desde entonces grandes transformaciones que relegarán al olvido tan insigne espacio religioso. En concreto se adosó a la batería, por su parte interior, una construcción que comienza como cuerpo de guardia, posterior cuartel y que finalmente será el origen de la que hoy se conoce como Casa del Reloj.

El edificio tapaba totalmente el antiguo ábside, y además lo compartimentaba en altura en dos plantas diferentes, generando dos pequeños espacios residuales en la nueva edificación militar.

En esta transformación se enfoscan y encalan los muros de sillería, haciéndolos totalmente irreconocibles. Por otra parte, las obras que se llevan a cabo en la segunda mitad del siglo XIX exigieron un aumento de planta del edificio y por esta razón el interior (en dos de sus caras) se refuerza con sendos muros de mampostería, deformando aún más su estructura.

Existe una esclarecedora bibliografía sobre la existencia de enramadas en América (Gussinyer, 1998, p. 47-76), y en concreto referida a los primeros momentos de la expansión hispana por el continente en torno al siglo XVI. La tipología constaba de un ábside con alguna dependencia, mientras que el cuerpo principal de la iglesia se realizaba de forma provisional con ramas y cañizo (Palm, 1953, p. 47-64).

Este modelo permitía erigir espacios religiosos provisionales de cierta amplitud y de forma rápida y poco costosa, a la vez que permitía reunir a una gran cantidad de fieles el día de las celebraciones relevantes, ante la insuficiencia de otros espacios. Queda claro, según lo visto, que la capilla de la Ramada de Melilla enlaza en cierta forma con las “capillas de indios” americanas, hasta el punto de encontrar ejemplos muy similares en los monasterios agustinos de Actopan y Meztitlán, y los franciscanos de Tlahuelilpa, Huejotzingo y Tzintzuntzán (México), entre otros.

En el caso de Melilla, su origen se fundamenta en la necesidad de una población cristiana que, por diversos motivos, no contaba con un templo suficiente para las celebraciones religiosas. Por esta razón y de forma temporal se podía celebrar misa, mientras que se pudiera erigir más adelante un templo de fábrica, lo que se produce en 1608.

EL INICIO DE LAS OBRAS

La intervención sobre la Casa del Reloj se enmarca en el casco antiguo de la ciudad de Melilla, declarado Conjunto Histórico Artístico en 1953 (B.O.E. n.º 250, 7 de septiembre de 1953), siendo ratificado como Bien de Interés Cultural en 1986 (R.D. 2753/86, de 5 de Diciembre). Las obras fueron dirigidas por el arquitecto

José Antonio Fernández Fernández. Este marco legal permitió realizar un estudio documental previo, y poder actuar desde el primer momento. Ante la sospecha

de que pudieran quedar restos del antiguo ábside, se procedió a estudiar minuciosamente el único espacio que parecía guardar alguna relación con esa antigua

estructura: un pequeño habitáculo de la planta baja.

El acceso a este espacio se realizaba, desde el edificio en obras, a través de un vano con arco rebajado. El interior era de planta ligeramente cuadrada y tenía 2,61 metros de profundidad por 2,21 metros de ancho y presentaba tres caras, todas enfoscadas, mientras que el techo mostraba una serie de vigas de madera y hierro.

Al intentar suprimir el enfoscado en algunas zonas para estudiar el paramento, pudo comprobarse que en una fecha indeterminada los muros recibieron una espesa capa de cemento Portland que impedía apreciar el material original. Sin embargo, al suprimir la capa de cemento de la pared de la izquierda, se pudo comprobar que se trataba de un muro formado por sillares regulares de gran tamaño, y que contaba con lo que podría ser una pequeña hornacina, totalmente tapiada. La pared del fondo mostraba por su parte una disposición con rehundido irregular y una primera capa de ladrillo, mientras que la pared de la derecha era de mampostería irregular. La eliminación de la capa de cemento fue un trabajo muy complejo que se tuvo que realizar manualmente debido a su gran adherencia a la sillería, agravado por el tipo de roca caliza que forma el muro original.

La continuación de los trabajos sobre las paredes permitió descubrir también una nueva zona de sillares en la pared del fondo, al suprimirse la primera capa de ladrillo, lo que hizo salir a la luz un rehundido labrado en la piedra de sillería. Sin embargo, los trabajos en el muro de la derecha confirmaron la existencia de un muro de mampostería muy irregular y de poca calidad.

Mientras tanto, en la planta primera del edificio en obras, no parecía haber resto alguno de lo que hubiera sido el ábside. A indicaciones nuestras, un operario con

martillo eléctrico inició un sondeo que rápidamente nos permitió encontrar la zona alta del ábside.

En su interior, un grafiti escrito a lápiz sobre el enfoscado de cal, nos indicaba un dato importante y que nos permitía avanzar en la historia de la degradación del ábside: “1944, tabicó esta covacha Anastasio García Cañizares”.

Es interesante constatar como en los años cuarenta del siglo XX, el espacio era percibido como una covacha, cuarto secundario y de poco valor, por lo que fue tapiado por falta de uso.

El descubrimiento de la zona alta del ábside fue una verdadera sorpresa y nos hizo albergar fundadas esperanzas de que la estructura absidal pudiera aparecer bastante completa, aunque seguían abiertos muchos interrogantes, porque no coincidían las medidas del espacio bajo con el alto y tampoco parecía guardar una total simetría en planta.

El desmontaje del suelo de la parte alta, nos permitió visualizar el ábside como un único espacio, cosa que desde la primera mitad del siglo XVII no ocurría. Al des-

montarse la viguería, se pudo apreciar que en la zona derecha existía un ancho muro de casi un metro de espesor, cuya finalidad no entendíamos y que rompía la simetría del conjunto, como ya habíamos apreciado en las mediciones anteriores.

Al desmontar el forjado intermedio también aparecieron una serie de molduras decorativas talladas en piedra, y que formaban canecillos o ménsulas donde se asientan los arcos. Estas ménsulas muestran una forma con doble pecho de paloma, tanto en la moldura frontal como en los laterales. Este es el detalle decorativo que muestra la influencia más medievalizante de todo el conjunto.

Finalmente, y ya liberado todo el espacio absidal, comenzaron las tareas más complejas de estudiar en las paredes y muros los elementos añadidos con posterio-

ridad a la obra del siglo XVI.

Dentro de estos elementos añadidos existían unos de cronología más contemporánea (los más agresivos) constituidos por cemento Portland, y otros que eran muros de mampostería y enfoscados realizados a lo largo de las transformaciones sufridas por el edificio y que habían convertido el ábside en dos cuartos de usos diversos.

El carácter noble del ábside, frente a la naturaleza espuria y de mala factura de las alteraciones posteriores, determinaron sin ningún tipo de duda la decisión de suprimir todos los añadidos por no aportar nada a la propia naturaleza del espacio e impedir su comprensión histórica.

El primer descubrimiento se produjo al iniciar el desmontaje del muro de mampostería situado a la derecha de la zona baja, de casi un metro de espesor, y tras el cual apareció en un magnífico estado de conservación el lienzo de sillería original. En este lienzo se abre una segunda hornacina que todavía conserva el tizne negro de

las velas, así como varios sillares marcados con signos de firma de cantero y con iconografías religiosas formadas por círculos y estrellas, cosa que en los otros dos lienzos es imposible de apreciar por su peor conservación.

El siguiente descubrimiento se produjo al sondear la mampostería encalada en los muros de la parte alta del ábside, y aparecer varios motivos ornamentales

tallados en la sillería, formando entrantes rectangulares a modo de casetones y cuya función alterna lo decorativo con la búsqueda de un cierto efecto visual de

profundidad.

Otra estructura que pudo documentarse en la actuación nos remite a un elemento funcional de la capilla: el poyete o asiento corrido que rodeaba las paredes, y

que debió ser un banco para servicio de los oficiantes.

Actualmente sólo se conserva una parte de este elemento en el muro derecho.

EL ÁBSIDE RECUPERADO

El final de las actuaciones permite poder apreciar en la actualidad un elemento de gran interés patrimonial, que evidencia las necesidades religiosas en un momento

concreto de la historia de Melilla, a finales del siglo XVI. Como tal documento, milagrosamente conservado, nos refleja datos muy importantes sobre cuestiones tan diversas como las tipologías, los estilos artísticos o las técnicas de cantería de esos momentos del Renacimiento tardío.

Si en la capilla de Santiago y en la iglesia parroquial que se construyen a mediados del siglo XVI, todavía persisten elementos del gótico más tardío como ocurre con los arcos apuntados, en la Ramada las formas nos hablan ya de otra estética, más ligada al Manierismo en sus arcos de medio punto, la bóveda de cañón o los casetones. Sin embargo todavía quedan trazas medievalizantes, como puede verse en la cornisa que cuenta con ménsulas o canecillos, y que fueron un elemento muy común en Andalucía debido a la influencia mudéjar desarrollada en parte del XVI.

El ábside de la Ramada es actualmente un elemento visitable e integrado en un museo de arte contemporáneo, por lo que la intervención ha permitido recuperar un elemento arquitectónico histórico y hacerlo comprensible al visitante.

[Bibliografía: Sergio Ramírez González. El triunfo de la Melilla barroca. Arquitectura y Arte. Fundación Gaselec. Melilla.2013

Antonio Bravo Nieto. Juan A. Bellver Garrido. Una tipología arquitectónica inédita en el norte de África. La capilla de la Ramada de Melilla. En las dos orillas del Estrecho de Gibraltar. Arqueología de fronteras en los siglos XIV-XVI.Centro de História d’Aquém e d’Além-Mar Faculdade de Ciências Sociais e Humanas – Universidade Nova de Lisboa e Universidade dos Açores.2016 ]

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